La penosa condición del mundo hoy, no es sino la palpable consecuencia de haber tenido la humanidad en poco el importante aspecto del matrimonio, no sólo como base de la familia, sino como base fundamental de nuestra sociedad organizada. No en vano el Señor Jesús advirtió claramente que errores tales fueron sin más los que condujeron al mundo antiguo a sufrir la triste experiencia del diluvio universal y que sin duda serán los mismos errores que han de influir de manera determinante en el destino final de nuestro mundo actual (Mateo 24:37-39).
EL MATRIMONIO UNA INSTITUCIÓN DIVINA
Lea Génesis 1:26-27, 28; 2:7, 21-23 y 24. La institución del matrimonio forma parte del plan original de Dios para el hombre, siendo junto al sábado, una de las dos instituciones sagradas que Jehová confió al ser humano después de la creación y que les fueron asignadas para su bien.
El matrimonio tal y como lo constituyó Dios, más allá de ser el vínculo entre dos personas, hombre y mujer, que bajo mutuo consentimiento y al amparo de la bendición divina se unen para compartir sus vidas, constituye además la respuesta a la necesidad básica de perpetuar la humanidad sin tener que perder el marco de una vida social y organizada, como ocurre por ejemplo con los demás seres vivientes o criaturas que pueblan nuestro planeta.
En efecto, el ser humano, a diferencia de los animales, aves o peces, que se multiplican espontáneamente, recibe de Dios el mandato de multiplicarse y de poblar la tierra, no como resultado de un apareamiento instintivo y natural, sino como resultado de un vínculo sustentado en el amor, y que bajo la expresa bendición de Dios, hace del sexo, del cual se originan los hijos, un don o privilegio, del cual sólo se encuentran autorizados a disfrutar aquellos que detentan la condición de cónyuges dentro de un legítimo matrimonio.
El matrimonio entre los seres humanos no es como sucede con los animales una relación instintiva de apareamiento, sino la expresión culminante del amor, un sentimiento que resulta indudablemente superior al mero instinto animal. Es claro entonces que cuando hablamos de matrimonio, no estamos hablando sólo de una relación biológica entre especies zoológicas superiores, sino que estamos hablando de una relación que sólo se puede dar y mantener entre seres que piensan y sienten.
Siendo así, el matrimonio se enmarca no dentro de un concepto puramente humanista o biológico y que ve en él sólo la respuesta a nuestras necesidades más básicas de procreación y necesaria protección frente a la depredación de otras especies sorprendentemente más adaptadas al entorno ambiental en que vivimos, sino que aún más allá, el matrimonio es concebido como el vínculo sagrado que llama a dos personas a unir sus vidas en amor recíproco, no meramente en busca de satisfacer necesidades terrenales básicas, sino aún más trascendentalmente en la mutua búsqueda de la salvación."Siendo /Eva/ parte del hombre, hueso de sus huesos y carne de su carne, era ella su segundo yo; y quedaba en evidencia la unión íntima y afectuosa que debía existir en esta relación.""El matrimonio recibió la bendición de Cristo, y debe ser considerado como una sagrada institución."
LA IGLESIA Y EL MATRIMONIO
Lea Mateo 19:1-10. Jesús enseñó que el matrimonio es un contrato solemne entre dos personas, hombre y mujer, quienes se unen de manera indisoluble para compartir sus vidas y formar una familia.
La Iglesia, recogiendo la enseñanza de Jesús, reconoce en el matrimonio un compromiso para toda la vida, compromiso que sólo la muerte de uno de los cónyuges puede disolver. Al tenor de lo señalado, ¿qué se puede decir del divorcio? Veamos.
Jesús enseña claramente que el matrimonio surge del pensamiento de Dios y como parte integrante del plan original para el hombre, mientras que el divorcio surge por la incapacidad del hombre de ajustarse a dicho plan y por la dureza de su corazón no arrepentido. La Iglesia no debe fomentar el divorcio como una práctica dentro de la hermandad. Fomentar el divorcio, significa aceptar fehacientemente que la Iglesia, al igual que el mundo en general, no es capaz ni está en disposición de hacer la voluntad de Dios tocante al importante asunto del matrimonio. La Iglesia debe promover el matrimonio para toda la vida como el ideal del matrinonio cristiano.
La Iglesia está llamada a seguir la enseñanza de Cristo por precepto y ejemplo y en este sentido, cuando un cristiano enfrente un divorcio, si no fuere por infidelidad a los votos matrimoniales, debe saber que no puede volverse a casar. Si el cristiano llega a ser culpable de adulterio dentro del matrimonio, no sólo debe ser excluído de la hermandad en la Iglesia, sino que transcurrido el tiempo, no puede volver a ser aceptado como hermano en Cristo si volviere casado con un tercero, mientras su cónyuge original no se volviere a casar. En este caso, sólo si vuelve arrepentido de su falta, en compañía de su esposa original o sólo, puede ser nuevamente admitido en la membresía de la Iglesia. Aún cuando fuere el caso que por diversas circunstancias un cristiano entablase una demanda de divorcio según las leyes de su país, la castidad a la que es llamado, será la visible evidencia de que el divorcio es requerido no para satisfacer el deseo de casarse con un tercero, sino tan sólo la consecuencia natural de una relación de pareja deteriorada.
Por su lado, el cónyuge que violó el voto matrimonial y se divorcia no tiene el derecho moral de volver a casarse mientras el cónyuge que fue fiel al voto matrimonial viva o permanezca sin casarse y en castidad. En el caso de una separación o divorcio que sea el resultado de factores tales como la violencia física, no se da a ninguno de los cónyuges el derecho bíblico de volver a casarse.
Ante la eventualidad de un divorcio y a fin de animarnos a seguir decididamente en la senda correcta, Jesús dice: "Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de eso, seálo." (Mateo 19:4-6)
Es claro que el matrimonio une la vida de dos personas con vínculos tan estrechos que sólo la muerte puede separar. En este sentido, el apóstol Pablo declaró: "La mujer que está sujeta a marido, mientras el marido vive está obligada a la ley; mas muerto el marido, libre es de la ley del marido. Así que, viviendo el marido, se llamará adúltera si fuere de otro varón; mas si su marido muriere, es libre de la ley; de tal manera que no será adúltera si fuere de otro marido." (Romanos 7:3-4) Note que el mismo principio es repetido por Pablo a la Iglesia en1 Corintios 7:39
El apóstol Pablo recoge las enseñanzas de Cristo y declara que el matrimonio sólo puede disolverse por la muerte de uno de los cónyuges. No siendo así, y si no existe la excepción causativa de divorcio, cualquiera de las partes que incurra en una relación sentimental o afectiva con un tercero aparte del matrimonio, se hace culpable de adulterio. Esta es la enseñanza oficial del apóstol para la iglesia cristiana del primer siglo, teniendo como inspiración la propia enseñanza de Jesús.
En otro orden de cosas, el mismo apóstol declara: "Mas a los que están juntos en matrimonio, denuncio no yo, sino el Señor: Que la mujer no se aparte del marido; y si se apartare, que se quede sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no despida a su mujer." (1 Corintios 7:3-2)
Lo anterior, significa que no habiendo disolución del vínculo matrimonial, si puede darse el caso de que un matrimonio malavenido decida separarse. No obstante, en tal caso, las partes deben permanecer igualmente en castidad, esto es, sin volverse a casar, porque como ya se expuso, el matrimonio sólo se disuelve con la muerte de uno de los cónyuges. Mientras el cónyuge continúa con vida, aunque estén "separados" de mutuo consentimiento, no pueden las partes volverse a casar.
La separación de mutuo consentimiento no es tampoco el ideal cristiano y si ésta llega a producirse en un matrimonio mixto (de una persona cristiana con una no cristiana), la separación debería ser siempre por iniciativa del cónyuge incrédulo, nunca como iniciativa del cónyuge cristiano (1 Corintios 7:12-16).
Igualmente, la separación de hecho o legal, que se da bajo ciertas legislaturas y que permite la separación de los cónyuges sin disolución de vínculo, generalmente conduce a una convivencia posterior con una nueva pareja, lo cual resulta ser aún más irregular que el mismo divorcio, toda vez que permite la vida de pareja sin el amparo de ninguna clase de estructura o normativa legal. El Señor Jesús dejó claramente establecido que dicha situación no cuenta de modo alguno con la aprobación divina y que en consecuencia esa relación de pareja no es reconocida por el cielo. Luego, la Iglesia no está llamada a validar lo que Jesús no consideró lícito o legal a los ojos de Dios (Juan 4:16-18).
Del mismo modo, es frecuente que en países desarrollados y que cuentan con una ley de divorcio, se observe el caso de personas que después de un divorcio, se han casado más de una vez y este casamiento resulta irregular a la vista de Dios. Luego, cuando estas personas llegan a la Iglesia, resultan estar casados ilegítimamente a la vista de Dios con una persona que no es su cónyuge legalmente. En estos casos, por demás delicados, la Iglesia debe reservarse el derecho de no aceptar a tal persona como miembro de la hermandad y aplica las palabras de Jesús en Mateo 5:32 y 19:9.
En consecuencia, la posición de la Iglesia respecto al matrimonio legalmente constituido resulta ser fiel reflejo e interpretación de las palabras de Cristo en Mateo 19:4-6.
LOS CRISTIANOS Y EL MATRIMONIO
"Honroso es en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; mas a los fornicarios y a los adúlteros juzgará Dios." (Hebreos 13:4)
De manera individual, como cristianos, y de manera colectiva, como Iglesia, debemos esforzarnos por salvaguardar la estabilidad y pureza no sólo de nuestro propio matrimonio y de nuestra propia familia, sino, además contribuir decididamente por precepto y principalmente por ejemplo, a elevar, restaurar y edificar otros matrimonios y con ello otras familias, sabiendo que al hacer esto, no sólo estamos ayudando a lograr una sociedad mejor y más sana, sino que también estaremos aportando un esencial esfuerzo para engrandecer noblemente a nuestra sociedad (Proverbios 5:18-19).
MATRIMONIO Y FAMILIA
"El vínculo de la familia es el más estrecho, el más tierno y sagrado de la tierra. Estaba destinado a ser una bendición para la humanidad. Y lo es siempre que el pacto matrimonial sea sellado con inteligencia, en el temor de Dios, y con la debida consideración de sus responsabilidades." (El Ministerio de Curación, página 25)
La mayor bendición de un matrimonio son los hijos (Salmo 127:3). Es responsabilidad de los padres velar por el bienestar y cuidado, no sólo físico sino también espiritual, de aquellos que han sido puestos, como una heredad, bajo nuestra responsabilidad.
Dios bendice aquellos hogares donde se cultiva el amor y los buenos principios (Salmo 128:1-3; 144:12).
LA EDUCACIÓN EN EL HOGAR
La Biblia enseña que la ley de Dios, los Diez Mandamientos, está llamada a ser la base fundamental de la educación en el hogar (Deuteronomio 4:12-13; 6:6-9; Salmo 78:5-7).
Lea Salmo 34:11. "Los ángeles se deleitan en un hogar donde Dios reina supremo, y donde se enseña a los niños a reverenciar la religión, la Biblia y al Creador." (Joyas de los Testimonios, tomo 2, página 134)
EVANGELIO Y MATRIMONIO
El propósito de Cristo es la restauración de la humanidad.[Mateo 18:11; 1 Juan 3:8 sp.] La restauración que Jesús desea emprender en la vida de todas las personas indefectiblemente considera en primer término la restauración del matrimonio y con ello de la vida familiar, sabiendo que "la restauración y el levantamiento de la humanidad empiezan en el hogar." (El Hogar Ideal, página 7)
"Como todas las demás excelentes dádivas que Dios confió a la custodia de la humanidad, el matrimonio fue pervertido por el pecado, pero el propósito del Evangelio es restablecer su pureza y hermosura." (El Discurso Maestro de Jesucristo, página 57)