MUNDO Y RELIGION - M&R
   
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  El tiempo, la ciencia y la Biblia
 

Con el fin de armonizar las enseñanzas de la Biblia, especialmente las enseñanzas del Génesis con lo que actualmente enseña la ciencia, son muchos los cristianos que están dispuestos a aceptar que los días de la creación señalados en el primer libro de la Biblia no eran en realidad días de 24 horas sino días mucho más extensos y que pudieran eventualmente haber llegado a durar miles o millones de años. ¿Por qué ocurre esto?

Sencillamente, porque las enseñanzas de la ciencia especialmente la Geología, la biocronología y los estudios de estratigrafía enseñan que las condiciones geológicas de la Tierra y lo que revela el estudio de los estratos, sólo puede explicarse en el contexto de que nuestro planeta posee una antiguedad de millones de años. En hecho, estos mismos estudios indican que la vida en la Tierra posee una antiguedad de a lo menos 3.500 millones de años, desde que apareció el primer organismo vivo en nuestro planeta, la primera célula.

De ahí en adelante, la vida se ha venido diversificando, pasando de organismos simples a organismos más complejos que a su vez se han diversificado en todos los linajes de seres vivos, vegetales y animales, que hoy conocemos. Esta diversificación de la vida ha tomado, según las conclusiones de la ciencia, millones de años permitiendo incluso dividir la historia de la vida en nuestro planeta en eras o períodos de larga data de tiempo, como la Era Paleozoica, la Era Mesozoica y la Era Cenozoica, en que la vivimos actualmente.

CONTEXTUALIZANDO EL PROBLEMA
DE LA EDAD DE LA TIERRA Y DE LA CREACIÓN

Mientras que los científicos hablan de millones de años y distinguen la edad de la Tierra y de los seres que la pueblan en eras y períodos bien determinados que van desde la Era Paleozoica hasta la Cenozoica, los que aceptan la enseñanza bíblica sostienen que las criaturas terrestres no cuentan con más de 6.000 años de existencia, aunque algunos postulan que eventualmente pudieran ser algo así como 49.000 años, quizás más porque temen oponerse definidamente a los postulados científicos que porque cuenten con evidencia bíblica que apoye dicho cómputo de años.

Es claro sin embargo, que cuando abordamos esta significativa diferencia de años entre la postura de la ciencia y la enseñanza de la Biblia, debemos distinguir entre la edad geológica de la Tierra y la edad de las criaturas que la pueblan, esto es la edad de las especies.

Sobre el primer punto, la Biblia no objeta que la Tierra pudiera eventualmente poseer millones de años, pues la Sagrada Escritura establece que la Tierra ya existía en el “principio”, mucho antes de la creación, aunque en un estado de caos y desorden. [Génesis 1:1-2] La cantidad de años comprendida en la expresión “principio” no es conocida ni es posible determinarla, aunque indudablemente es de gran antigüedad.

Sobre este punto, una afamada enciclopedia formula el siguiente comentario: “El hecho de situar a la  Tierra como uno  de los astros más antiguos del Universo ha constituido una sorpresa para muchos científicos que creían en la juventud de nuestro planeta, pero los datos actuales parecen confirmar la verdad del primer versículo del Génesis: ‘Al principio creó Dios los cielos y la tierra’. Es decir, precediendo a la creación de las estrellas.”  (Enciclopedia Temática Ilustrada, tomo 1, pág. 85. Edición de 1975).

Aclarado este punto, concluimos que la diferencia básica entre la ciencia y la Biblia, se resume no a la edad geológica de la Tierra, sino al origen y edad de las especies que pueblan nuestro planeta, que en opinión de los primeros es de millones de años y en opinión de los segundos es de tan sólo 6.000 años aproximados. ¿Cómo pudiera dirimirse esta diferencia entre ambas posiciones?  ¿Es posible llegar a un acuerdo?

Quizás para responder a esto, sería conveniente saber por qué la ciencia afirma que las criaturas poseen millones de años y se les hace imposible aceptar que sólo posean algo cercano a seis mil.

Primero, debemos saber que desde los primeros tiempos o desde las primeras culturas que la historia conoce, los hombres siempre han creído en la existencia de un Creador. En otras palabras, todas las culturas de antaño vivieron creyendo que las criaturas vinieron a la existencia por la agencia voluntaria de un Gran Arquitecto o Hacedor de todas las cosas. No se encuentra vestigio alguno de idea semejante que postule que las criaturas se derivaron espontáneamente unas de otras, como resultado de innumerables cambios o mutaciones que a su vez se produjeron accidentalmente en el curso de millones de años. Tal forma de pensar es relativamente nueva y se remonta más bien a los últimos siglos, época en que la iglesia (católica) y el pueblo se encontraban sumidos en serias diferencias.

Por una parte, el oscurantismo del catolicismo medioeval, había restringido severamente las letras y las ciencias, de modo que toda investigación o forma de pensamiento debía ser sometida, antes de postularse, a un riguroso examen por parte de la iglesia, la que de suponer que en algo tal investigación o forma de pensar representase un peligro para la obra de la fe, debía ser inmediatamente suprimida o reprimida, aún por medio de la imposición de penas severas si fuere necesario.

Bajo este marco, se ahondaba cada vez más un abismo entre la ciencia y la fe, abismo que no tardaría en dar sus frutos casi al final de la Edad Media, cuando ciertas corrientes filosóficas y científicas comenzaron a dar abiertas muestras de desafío a la iglesia y al Dios de ella, aunque no comprendían dichos pensadores, que Dios y el catolicismo no necesariamente caminaban juntos.

Siendo así, comenzaron a surgir corrientes de pensamiento, como el escepticismo, el humanismo y el más atrevido ateísmo, que impugnaban todo cuanto consideraban contaminado por el brazo de la fe.

Al amparo de conflictos como estos, un joven naturalista llamado Charles Darwin (1809–1882), daba rienda suelta a su fértil imaginación y asombrado por la gran diversidad de vida que se habría ante sus ojos, no acertaba a comprender la enorme variedad de especies que pueblan nuestro planeta y la no menos sorprendente similitud que se hacía evidente entre unas y otras, aunque separadas por miles de kilómetros y en ambientes de vida absolutamente diferentes. 

Darwin aceptaba que la enorme cantidad de ordenes, géneros y especies distintos de criaturas, asumían no poco trabajo y diseño. Por otra parte, aunque invertebrados y vertebrados, aunaban a todas las especies, estos dos grandes grupos se comenzaban a dividir en muchos más a medida que se deseaba clasificar cada una de ellas. El trabajo no dejaba de ser fascinante, pero aún dejaba algo sin explicar, ¿cómo llegaron a existir todas estas especies?   Si Dios no intervino en la existencia de ellas, ¿cómo pudieran haberse diversificado y dividido de tal manera en ordenes, géneros y especies diferentes?  

Evidentemente, si tal obra hubiere de hacerse por sí sola, habría requerido más de 6 días literales, como postula la Biblia para alcanzar tan complejo nivel de desarrollo.  Por primera vez, asomaba en la mente del joven naturalista una posibilidad que más que dar una explicación concreta a la inquietud que le embargaba, sólo venía a acallar su conciencia respecto a algo que se negaba terminantemente a aceptar, a saber, la intervención de Dios en la existencia de todas las cosas. La posibilidad de una “evolución” repicaba más y más en la mente de Darwin y cada vez se le hizo más atractiva. Sin embargo, ¿cómo se habría de producir tan insospechada “evolución” de las especies?  Era esta una pregunta que parecía no tener respuesta. ¿Cómo es que una forma de vida podría derivar eventualmente en otra diferente y mejor?  La razón no le arrojaba ninguna respuesta, hasta que otro concepto comenzó a rondar la mente del despierto investigador, este concepto era el de la selección natural.  La teoría de una evolución de las especies que obedecía a una selección natural y que según se explicaría más tarde eran objeto de mutaciones, comenzaba a plasmarse más seriamente, pero aún había un abismo insondable y que impedía aceptar plenamente esta fantástica teoría, ¿cuánto tiempo se necesitaría para que una mutación diera origen a una nueva especie y está a su vez pudiera perpetuarse hasta consolidarse como una distinta especie zoológica?  La respuesta era lapidaria. Si tal teoría tuviera algún asomo de certidumbre, se requeriría de millones de años para que por simple obra de la casualidad o de una selección natural, una especie bien definida y producto de innumerables “mutaciones” llegará a consolidarse como una nueva especie. Con la misma facilidad con que se aceptó la evolución con base en la teoría de la selección natural y más tarde en las mutaciones, se aceptó una propuesta de millones de años para tal proceso. Hasta aquí, ¿había acaso un fundamento científico que avalará todo esto?  La verdad es que no, alguien dijo en una ocasión: hay que tener más fe para creer en la evolución de las especies que para creer en una naturaleza creada por Dios.

¿SON LOS DÍAS DEL GÉNESIS DÍAS LITERALES O SIMBÓLICOS?

Algunas corrientes dentro del cristianismo, entre ellos los católicos y los simpatizantes de la Watchtower and Tract Society están dispuestos a conceder que los días del génesis bíblico sean en realidad largos períodos de tiempo. Esto a fin de ubicar un punto de armonía con la ciencia.

Sin embargo, de una lectura objetiva de la Biblia vemos que las Santas Escrituras no permiten llegar a esa conclusión y continúan sosteniendo que los días de la Biblia son días literales, de 24 horas tal como nuestros días en la actualidad. Los días del Génesis no son días simbólicos o alegóricos, son días literales, días de 24 horas.

¿Deben los cristianos transar con la ciencia cada vez que se evidencia un contradicho entre la Biblia y la ciencia? No, de ninguna manera. No son pocas las ocasiones en que ha surgido un contradicho tal y la Biblia siempre ha estado en lo correcto, como por ejemplo cuando los científicos pensaban que la Tierra era cuadrada, mientras la Biblia decía claramente que era redonda (Isaías 40:22). O bien cuando los científicos enseñaban que la Tierra era sostenida por el gigante Atlás (los griegos) o por varios elefantes (los hindúes), mientras la Biblia enseñaba que la Tierra flotaba en el espacio (Job 26:7). Aún en la actualidad y más precisamente a partir del Siglo XIX los científicos comenzaron a hablar de la entropía o idea del desorden termodinámico, mientras que en la Biblia y ya en el primer versículo se hace alusión al concepto termodinámico del desorden (Génesis 1:1). 

No es necesario desechar la clara enseñanza de la Biblia para buscar puntos de armonía con la ciencia.

La lectura simple de la Biblia deja ver que los días de la Creación fueron días de 24 horas, es decir días literales. Nótese que la Palabra de Dios, indica que al final de cada día de la creación: "y fue la tarde y la mañana" del día primero, segundo, tercero, etc. (Génesis 1:5, 8, 13, etc.), aludiendo a cada día con su mañana y su tarde, tal como los días actuales de 24 horas. La expresión "tarde y mañana" no encontraría significado si se aplicara a largos días de miles o millones de años.

La Biblia enseña que los actos de la creación fueron rápidos: "Y dijo Dios, sea la luz y fue la luz" (Génesis 1:3), "El dijo y fue hecho, el mandó y existió" (Salmo 33:9) Estas expresiones de la Biblia no permiten pensar en largos procesos de creación de miles o millones de años. Dios no necesitó "siete mil años" o aún "millones de años" para crear la luz o para formar al hombre. 

Por otra parte, la palabra hebrea que se traduce como "día" al español es "YOM", y cuando va acompañada de un determinado número relacionado con orden (primer, tercer, cuarto, etc.) indiscutiblemente en opinión de los eruditos significa un período de 24 horas.  Diversos diccionarios hebreos coinciden en indicar que cuando "YOM" se utiliza en el relato de la semana de la creación, significa literalmente un período de 24 horas, es decir, un día de 24 horas. 

Aún otra evidencia bíblica nos indica que los días de la Creación fueron días de 24 horas. En el cuarto de los Diez Mandamientos, se ordena: "Acordarte haz del día del reposo, para santificarlo". La Ley de Dios nos ordena guardar el séptimo día, sábado, como día de reposo. Ciertamente, este es un día de 24 horas. ¿Por qué los cristianos debemos observar reposo en un día de 24 horas? Simplemente, "porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposo en el séptimo día, por tanto Jehová bendijo el día del reposo y lo santificó". La Ley de Dios nos ordena guardar un día de 24 horas, el sábado, porque Dios guardó reposo en un día de 24 horas, lo bendijo y lo santificó (Exodo 20:8-11).  

Cuando Jesús estuvo entre nosotros, el guardó el sábado de los Diez Mandamientos (Lucas 4:16). Hablando a los hombres respecto a la observancia del sábado, el les dijo: "El sábado por causa del hombre es hecho" (Marco 2:17). Jesús se refirió a un día de 24 horas, un sábado literal, ya que esas palabras fueron pronunciadas en torno a una discusión sobre la observancia del sábado semanal entre los judíos, un día de 24 horas. Respecto a ese día sábado de 24 horas que ellos eran remisos para guardar, Jesús dijo: "El sábado por causa del hombre es hecho". Ciertamente, Dios no haría un sábado de miles de años o de millones de años, ya que el hombre, el ser humano no podría guardar un sábado tal.



Que el sábado de la Creación es un sábado literal de 24 horas se desprende igualmente de una consideración cuidadosa de Hebreos 4:1-11, en que con alusión al sábado que guardó Dios en el principio y tras concluir su obra de Creación, se dice que igualmente nosotros debemos descansar de nuestras obras. Que este pasaje se refiere al sábado semanal queda claro a partir del uso de la palabra σαββατισμὸς en alusión a la observancia del séptimo día de la semana, un día de 24 horas (Hebreos 4:9).

El único reposo al cual el hombre ha sido invitado a participar desde la fundación del mundo, a saber el reposo del séptimo día, la observancia del sábado semanal (Hebreos 4:4). Este es el único reposo por medio del cual se ha probado la obediencia del hombre delante de Dios, obediencia que determinará la entrada en el reposo celestial (Hebreos 4:5).

De todo  lo expuesto, se desprende que no por ajustarnos a lo que actualmente dice la ciencia, debemos abandonar el sentido de las enseñanzas de la Biblia. La experiencia dice que cuando surgen contradicciones entre la ciencia y la Biblia, más tarde o más temprano, se deja ver que la Biblia finalmente tenía la razón.

ESPECULANDO SOBRE LOS TIEMPOS DE LA BIBLIA

“Dios ha permitido que raudales de luz se derramasen sobre el mundo, tanto en las ciencias como en las artes; pero cuando los llamados hombre de ciencia tratan estos asuntos desde el punto de vista meramente humano, llegan a conclusiones erróneas. Puede ser inocente el especular más allá de lo que Dios ha revelado, si nuestras teorías no contradicen los hechos de la Sagrada Escritura; pero los que dejan a un lado la Palabra de Dios y pugnan por explicar de acuerdo con principios científicos las obras creadas, flotan sin carta de navegación, o sin brújula, en un océano ignoto.

Aun los cerebros más notables, si en sus investigaciones no son dirigidos por la Palabra de Dios, se confunden en sus esfuerzos por delinear las relaciones de la ciencia y la revelación. Debido a que el Creador y sus obras les resultan tan incomprensibles que se ven incapacitados para explicarlos mediante las leyes naturales, consideran la historia bíblica como algo indigno de confianza. Los que dudan de la certeza de los relatos del Antiguo Testamento y del Nuevo serán inducidos a dar un paso más y a dudar de la existencia de Dios, y luego, habiendo perdido sus anclas, se verán entregados a su propia suerte para encallar finalmente en las rocas de la incredulidad.

Estas personas han perdido la sencillez de la fe. Debería existir una fe arraigada en la divina autoridad de la Santa Palabra de Dios. La Sagrada Escritura no se ha de juzgar de acuerdo con las ideas científicas de los hombres. La sabiduría humana es una guía en la cual no se puede confiar. Los escépticos que leen la Sagrada Escritura para poder sutilizar acerca de ella, pueden, mediante una comprensión imperfecta de la ciencia o de la revelación, sostener que encuentran contradicciones entre una y otra; pero cuando se entienden correctamente, se las nota en perfecta armonía. Moisés escribió bajo la dirección del Espíritu de Dios; y una teoría geológica correcta no presentará descubrimientos que no puedan conciliarse con los asertos así inspirados. Toda verdad, ya sea en la naturaleza o en la revelación, es consecuente consigo misma en todas sus manifestaciones.” (E. G. de White, Patriarcas y Profetas, pág. 105-106).

¿CÓMO CALCULA LA CIENCIA
LA EDAD DE LA TIERRA Y DE LAS ESPECIES?


Durante muchos siglos, se aceptó que la antigüedad del hombre y de las especies concordaba de manera general con el tiempo y los cómputos que aportaba la Biblia en su registro y que en líneas generales habla de una cronología que bordea los seis mil años contados desde el momento mismo de la creación del hombre en la Tierra, no obstante, los modernos sistemas de cálculo arrojan cómputos que superan los 4.000 millones de años para la antigüedad de las rocas y de 600 a 700 millones de años para la antigüedad de las especies más primordiales como por ejemplo algunos formas parecidas a crustáceos y moluscos. ¿Cómo es que los científicos llegan a calcular tal cantidad de millones de años con relación a la existencia de las especies?

El cálculo del tiempo geológico y la correspondiente antigüedad asignada a las especies se basa en métodos que miden el tiempo relativo con relación al ordenamiento de procesos geológicos y que se conoce como Estratigrafía,  y en el registro del tiempo absoluto basado en la medición del decaimiento radioactivo de ciertos elementos que se supone constante en el tiempo, método conocido como Radiometría.

Si bien en el pasado se intentó establecer una escala de tiempo geológico usando distintos métodos de cálculo, lo cierto es que hoy en día básicamente se emplean sólo dos de éstos, la Estratigrafía y la Radiometría, los cuales a su vez aportan datos de antigüedad relativa y absoluta, ya que el primero se basa en cálculos que suponen un ordenamiento geológico establecido por un principio de superposición de los estratos sedimentarios de la Tierra, mientras que el segundo se basa en un cálculo matemático con relación a las leyes físicas de degradación radioactiva. 

Hasta aquí, la ciencia continúa buscando métodos precisos que le permitan establecer con seguridad la antigüedad de la Tierra, de las rocas y de las especies fósiles, no obstante, aún no se puede decir que se cuente con un método exacto por más que algunos especialistas aboguen decididamente por los métodos de datación radiométricos, los que de acuerdo a la realidad en variadas ocasiones han aportado datos erróneos y fechas confusas con relación a la edad de la Tierra y de las especies que se han encontrado en estado fósil. 

En consideración a lo anterior y si bien la cronología que aporta la Biblia, que suma hasta 6 mil años desde la creación del mundo ha sido persistentemente antagonizada por quienes asumen una postura “científica”, lo cierto es que no existe modo alguno de desacreditar fehacientemente los datos que ésta aporta en cuanto al tiempo que posee la Tierra, que bien puede ser de incluso millones de años,  y la antigüedad que asigna a las especies, que se enmarca dentro del rango más limitado de 6 mil años.

Hasta aquí, no se ha podido demostrar con claridad que las especies en verdad posean millones de años ya que el tiempo absoluto, basado en el decaimiento radioactivo, se basa en una presunción, a saber que la penetración de rayos ultravioletas del pasado, era igual a la que se observa hoy en día, lo cual no necesariamente puede haber sido así. Si la penetración de rayos ultravioletas en nuestra atmósfera resultase distinta en el pasado a lo que es hoy en día, todos los cálculos de tiempo en base a Carbono, Cesio, Uranio o Plomo, estarían virtualmente equivocados.

Por otra parte, el tiempo relativo basado en una argumentación mucho más débil que el tiempo absoluto, se basa en la interpretación de las capas geológicas de la Tierra, interpretación que no necesariamente está llamada a ser correcta y pudiera llegar a variar si cambia la información que la fundamenta.

El tiempo geológico es quizás una de los conceptos más difíciles de aceptar para el entendimiento humano. La gran extensión de la escala geológica de la Tierra y la lentitud con que aparentemente habrían sucedido los eventos en la historia del mundo son causa de mucha perplejidad y desconcierto para el hombre común.

La cantidad de millones de años que establece la ciencia con relación a la historia geológica de la Tierra e igualmente de las especies es difícil de concebir y en líneas generales no concuerda con el concepto de tiempo que maneja la historia basada en los datos que aporta la cultura humana, datos que principalmente son aportados por el registro bíblico.

La Escala Geológica del Tiempo es un sistema internacional que se estableció por primera vez hace 180 años. Con el correr  del tiempo dicha escala se ha mejorado pero en líneas generales se mantiene tal como se definió en el pasado basándose en los grandes trastornos o alteraciones que se produjeron supuestamente a lo largo de la historia de la Tierra y de la vida, como las extinciones masivas. La escala del tiempo geológico se basa en la comprensión de dos aspectos del pasado: el tiempo absoluto y el tiempo relativo, el primero a través de los cálculos de decaimiento radioactivo y el segundo a través de las estimaciones de la Estratigrafía.

Con base a estos dos sistemas para la determinación de antigüedad de rocas y fósiles, se ha estructurado una escala básica que permita comprender el tiempo geológico a fin de ubicar los eventos que han ocurrido en el pasado y las criaturas que existieron en el pasado en un plano de tiempo adecuado y comprensible para todos.

La Escala del Tiempo Geológico que comprende el desarrollo de la vida en la Tierra está subdividida básicamente en cuatro Eras cuya denominación refiere a cuatro etapas en las que se piensa se habría desarrollado la vida en nuestro planeta. Las Eras se subdividen a su vez en Períodos y estos últimos en Épocas. Todo lo anterior, sin considerar la Era Azoica o época en que no existía vida en nuestro planeta, tiempo inmensamente anterior y en que se entiende se formó la Tierra hace más o menos 4.600 millones de años. 

¿Qué se puede decir de todo esto?  ¿Existe absoluta certeza de que en verdad la Tierra y las especies cuentan con millones de años divididos en eras, períodos y épocas?  Lo cierto es que no. Todo se basa en muchas suposiciones, algunas de las cuales con el propio transcurso del tiempo se han abandonado al probarse que estaban basadas en principios erróneos.

En el pasado por ejemplo, se intentó establecer y cuantificar una escala de tiempo geológico usando como medida de cálculo el incremento de la salinidad de los mares y océanos. También se intentó determinar una escala de tiempo basada en la  velocidad de la sedimentación de las rocas e incluso se pretendió establecer un sistema de cálculo basado en la velocidad de la pérdida de calor radioactivo de la corteza terrestre o si quiere decir de otro modo, calculando la velocidad del enfriamiento progresivo del planeta. 

Sin embargo y con relación a este último sistema de cálculo de antigüedad geológica, en 1903 se descubrieron las sales de radio que liberan calor de modo constante y los cálculos basados en el enfriamiento del planeta se derrumbaron tras cuarenta años de haber gozado de un importante grado de credibilidad. ¿Qué se desprende de todo esto?

Sencillamente que no existe certeza alguna de que los millones de años que aporta la ciencia con base en sus distintos métodos de cálculo sean una base segura sobre la cual establecer la antigüedad de la Tierra y de las especies ya que una y otra vez han arrojado datos discordantes y contradictorios.

Siendo así, las edades que aporta la Biblia aún no pueden ser absolutamente discutidas, aunque en atención a la realidad la mayoría de los científicos las han rechazado, no obstante, mirado desde el punto de vista de la fosilización y de la extinción de las especies, a todas luces resulta más sensato aceptar las edades que postula la Sagrada Escritura en contraposición con la cronología aportada por la ciencia. ¿Por qué se puede decir esto?

Fundamentalmente, porque la antigüedad que aporta la ciencia con relación a la edad de la Tierra y de las especies está sujeta a constante cambio, de donde se desprende que los métodos que hasta hoy se han empleado para establecerla no son en modo alguno precisos, determinándose en ocasiones hasta variaciones de miles de millones de años en cuanto a la extensión cronológica de alguna era, por ejemplo, lo que cualquier investigador sincero puede comprobar con mediana facilidad.

Siendo así, aunque la ciencia basa generalmente sus conclusiones con atención a las fechas absolutas aportadas por la Radiometría, no deja de ser cierto que muchas veces estas fechas han debido ser modificadas con base a nuevos cálculos o definitivamente abandonadas en espera de nuevos métodos  que permitan alcanzar un nivel de confianza mayor respecto a la verdadera antigüedad de los fósiles y de los restos orgánicos que la ciencia y especialmente la Paleontología estudia.

CARBONO 14 ¿ES CONFIABLE EL SISTEMA?

¿Cómo es que los científicos llegan a la conclusión de que los fósiles que se han encontrado poseen millones de años de existencia?

Bueno, por una parte cuando se habla de fósiles o especies que vivieron hace millones de años, se utiliza el cálculo de decaimiento radioactivo de Uranio, Plomo, Cesio, etc., mientras que si se desea datar fósiles o restos de organismos de menos de 50 mil años, se utiliza el Carbono 14, aunque el principio teórico es el mismo, el decaimiento radioactivo de ciertos elementos, en este caso el Carbono.

La mayoría de las personas que estudian el tema, saben que el método que se usa actualmente para datar la existencia de las criaturas en el tiempo se basa en la medición del elemento radiocarbono en los restos encontrados. Este elemento es también conocido como Carbono 14 o C-14.  ¿En qué consiste este método de medición?

Pues bien, un científico llamado Willard Libby, quien recibió el premio Nobel por el desarrollo de esta técnica, propuso que al estar la atmósfera terrestre compuesta en gran medida de nitrógeno, éste elemento se transforma en radiocarbono al entrar en contacto con una clase de rayos cósmicos con alto contenido de energía que proceden del exterior de nuestro planeta. Este radiocarbono o Carbono 14 es asimilado por los organismos vegetales, las plantas, las que al ser consumidas por otros organismos, animales y el propio hombre, pasa a ser asimilado a su vez por estos últimos. La cantidad de radiocarbono o Carbono 14 que se encuentra en la atmósfera está determinada por el grado de penetración de los rayos cósmicos en nuestra atmósfera, la cual no es constante y está sujeta a variación.

El Carbono 14 posee una vida media de aproximadamente 5.730 años, después de lo cual vuelve a su estado original de nitrógeno. Los estudios de Libby demostraron que después de 5.730 años aproximados, un organismo pierde naturalmente la mitad del radiocarbono que ha asimilado hasta el momento de su muerte, de modo que al ocurrir esto indicaría que los restos encontrados deben ubicarse en esa media de tiempo. Al cabo de unos 12.000 años se habrá perdido la mitad de esa mitad y así sucesivamente. Todo resto fósil que no denuncie presencia de Carbono 14, según este sistema de cálculo, debe ser datado con una fecha superior a los 50.000 años. 

Asumiendo que el sistema de medición es correcto, los restos de data superior a 50.000 años presentan un problema serio a los paleontólogos, ya que entonces sólo se puede especular sobre la data real de una especie, pudiendo decirse que posee 1 millón de años o 10 millones, no existe forma de determinar esto con absoluta certeza, salvo que recurramos no a la edad del resto orgánico como tal sino a la edad de la roca que lo contiene.

Por otra parte, el sistema de medición basado en el Carbono 14 presenta un serio problema de confianza, ya que se basa en una suposición, a saber, confiar que la característica de nuestra atmósfera se ha mantenido inalterable desde el inicio de los tiempos y que esto supondría que la presencia de C-14 que existía en la atmósfera de la Era Precámbrica, Paleozoica, Mesozoica o Cenozoica era la misma que se registra hoy día, de modo que las criaturas llegaban a absorber antaño las mismas cantidades de Carbono 14  que las criaturas actuales. Sólo así, las mediciones con base en el radiocarbono se podrían suponer confiables.

¿Qué sucedería con el sistema de medición científico si la cantidad de radiocarbono atmosférico no se hubiese mantenido constante en el tiempo?

La afamada revista Science Digest, publicada en diciembre del año 1960, pág. 19, planteó lo siguiente: “Ciertísimamente arruinaría algunos de nuestros métodos cuidadosamente desarrollados de fechar las cosas del pasado.” “Si el nivel de carbono 14 era menos en el pasado, debido a mayor protección magnética contra los rayos cósmicos, entonces nuestro cálculo del tiempo que ha pasado desde la vida del organismo será demasiado largo.”

Al respecto, es claro que los científicos han asumido que la característica de nuestra atmósfera no se ha mantenido inalterable en el tiempo y que los índices de Carbono 14 han sufrido alteración en el tiempo. Lo anterior, según se desprende del siguiente comentario:

“Los científicos han descubierto que la concentración del C-14 en el aire y en el mar no ha permanecido constante a través de los años, como originalmente se suponía.”  (Science Year, pág. 193, edición de 1966).

Siendo así, si la presencia de radiocarbono hubiese sido menor en el pasado, echaría por tierra  el sistema de medición que usan fervientemente los científicos para datar la edad de existencia de los fósiles. Un organismo viviente que hubiese vivido en épocas remotas habría asimilado entonces menos radiocarbono del esperado y la presencia de este elemento en sus restos sería absolutamente engañosa para el sistema de medición, el que pudiera eventualmente asignarle más edad de la que realmente posee, lo anterior, porque el sistema ideado por Willard Libby no mide específicamente edad sino presencia de radiocarbono en un cuerpo. 

Ciertamente con un sistema tan poco confiable, es muy fácil cometer errores en el cálculo de edad de las criaturas o de las cosas. Sobre esto trata el siguiente comentario:

“Aunque fue aclamado como la respuesta a la oración del prehistoriador cuando por primera vez se anunció, ha habido desilusión aumentante con el método debido a incertidumbres cronológicas (en algunos casos, absurdos) que resultarían de la adherencia estricta a fechas de C-14 publicadas.”

“Lo que parece que llegará a ser un error clásico de ‘irresponsabilidad de C-14’ es la extensión de 6.000 años de 11 determinaciones para Jarmo, una aldea prehistórica en el nordeste de Irak, que, sobre la base de toda la evidencia arqueológica, no fue ocupada por más de 500 años consecutivos.” (Science, 11 de diciembre de 1959, pág. 1630).
 
EL DILUVIO Y LA HISTORIA GEOLÓGICA DE LA TIERRA

¿Ha cambiado la característica de la atmósfera terrestre respecto del pasado?  La Biblia dice que sí. Antiguamente, es decir antes del Diluvio, la Sagrada Escritura señala que una expansión de agua incalculable existía como parte de nuestra atmósfera. En hecho, el grado de humedad resultante de esta capa atmosférica diferente, hacía que las condiciones de la Tierra fueran muy distintas a las actuales. 

La existencia de esta capa acuosa presente en la atmósfera, a criterio de los científicos, ciertamente hubiese influido de manera determinante en la penetración de los rayos cósmicos a nuestra planeta incidiendo directamente en la cantidad de nitrógeno a convertir en Carbono 14, lo que a su vez hubiese determinado que las criaturas existentes antes del Diluvio, cuando esta capa protectora se derramó en forma de lluvia, hubiesen asimilado menos cantidad de C-14. Esto ciertamente arruina por completo el sistema de medición de la ciencia. [Génesis 1:6-8; 2:4-6]

Los descubrimientos de la ciencia han confirmado que efectivamente hubo un cambio en el pasado. La presencia de restos fosilizados de caracoles, peces u otros animales marinos en zonas como el desierto chileno, la Cordillera de los Andes, etc., hace suponer que un cambio dramático se verificó en el pasado y que llevó a que densas zonas pobladas se transformaran en lechos marinos y a su vez zonas que originalmente estaban cubiertas por las aguas, se convirtieran en áridos desiertos o emergieran como cadenas montañosas. Justamente este es el tipo de cambio de que habla la Biblia en Salmo 104:6-9. 

Los hechos de que se habla, manifiestan claramente que el polo magnético de la Tierra sufrió un brusco cambio y que a su vez provocó los cambios descritos. Es un hecho, que de haber variado en algún punto el polo magnético de la Tierra, esto igualmente hubiese influido en el impacto de los rayos cósmicos sobre la capa de Nitrógeno de nuestro planeta y finalmente esto también echaría por tierra el sistema de Carbono 14, toda vez que antes de dicho cambio brusco, la presencia de C-14 en la atmósfera sería indudablemente distinta a la actual.  

Hasta aquí, los hechos que la Biblia describe se mantienen sin ser desmentidos por la ciencia, mientras que las teorías que sostienen la edad de las especies, sigue siendo vapuleada por la propia evidencia.

“Los geólogos alegan que en la misma tierra se encuentra la evidencia de que ésta es mucho más vieja de lo que enseña el relato mosaico. Han descubierto huesos de seres humanos y de animales, así como también instrumentos bélicos, árboles petrificados, etc., mucho mayores que los que existen hoy día, o que hayan existido durante miles de años, y de esto infieren que la tierra estaba poblada mucho tiempo antes de la semana de la creación de la cual nos habla la Escritura, y por una raza de seres de tamaño muy superior al de cualquier hombre de la actualidad. Semejante razonamiento ha llevado a muchos que aseveran creer en la Sagrada Escritura a aceptar la idea de que los días de la creación fueron períodos largos e indefinidos.

Pero sin la historia bíblica, la geología no puede probar nada. Los que razonan con tanta seguridad acerca de sus descubrimientos, no tienen una noción adecuada del tamaño de los hombres, los animales y los árboles antediluvianos, ni de los grandes cambios que ocurrieron en aquel entonces. Los vestigios que se encuentran en la Tierra dan evidencia de condiciones que en muchos respectos eran muy diferentes de las actuales; pero el tiempo en que estas condiciones imperaron sólo puede saberse mediante la Sagrada Escritura. En la historia del Diluvio, la inspiración divina ha explicado lo que la geología sola jamás podría desentrañar. En los días de Noé, hombres, animales y árboles de un tamaño muchas veces mayor que el de los que existen actualmente, fueron sepultados y de esa manera preservados para probar a las generaciones subsiguientes que los antediluvianos perecieron por un Diluvio, Dios quiso que el descubrimiento de estas cosas estableciese la fe de los hombres en la historia sagrada; pero éstos, con su vano raciocinio, caen en el mismo error en que cayeron los antediluvianos: al usar mal las cosas que Dios les dio para su beneficio, las tornan en maldición.” (E. G. de White, Patriarcas y Profetas, pág. 103-104).

“En la historia del Diluvio, la inspiración divina ha explicado lo que la geología sola jamás podría desentrañar. En los días de Noé, hombres, animales y árboles de un tamaño muchas veces mayor que el de los que existen actualmente, fueron sepultados y de esa manera preservados para probar a las generaciones subsiguientes que los antediluvianos perecieron por un Diluvio, Dios quiso que el descubrimiento de estas cosas estableciese la fe de los hombres en la historia sagrada; pero éstos, con su vano raciocinio, caen en el mismo error en que cayeron los antediluvianos: al usar mal las cosas que Dios les dio para su beneficio, las tornan en maldición.”  (E. G. de White, Patriarcas y Profetas, pág. 104).

“Toda la superficie de la tierra fue cambiada por el Diluvio. Una tercera y terrible maldición pesaba sobre ella como consecuencia del pecado. A medida que las aguas comenzaron a bajar, las lomas y las montañas quedaron rodeadas por un vasto y turbio mar. Por doquiera yacían cadáveres de hombres y animales. El Señor no iba a permitir que permaneciesen allí para infectar el aire por su descomposición, y por lo tanto, hizo de la tierra un vasto cementerio, Un viento violento enviado para secar las aguas, las agitó con gran fuerza, de modo que en algunos casos derribaron las cumbres de las montañas y amontonaron árboles, rocas y tierra sobre los cadáveres.” (E. G. de White, Patriarcas y Profetas, pág. 99).

“Es cierto que los restos encontrados en la tierra testifican que existieron hombres, animales y plantas mucho más grandes que los que ahora se conocen. Se considera que son prueba de la existencia de una vida animal y vegetal antes del tiempo mencionado en el relato mosaico. Pero en cuanto a estas cosas, la historia bíblica proporciona amplia explicación. Antes del diluvio, el desarrollo de la vida animal y vegetal era inconmensurablemente superior al que se ha conocido desde entonces. En ocasión del diluvio, la superficie de la tierra sufrió conmociones, ocurrieron cambios notables, y en la nueva formación de la costra terrestre se conservaron muchas pruebas de la vida preexistente. Los grandes bosques sepultados en la tierra cuando ocurrió el diluvio, convertidos después en carbón, forman los extensos yacimientos carboníferos y suministran petróleo, sustancias necesarias para nuestra comodidad y conveniencia. Estas cosas, al ser descubiertas, son otros tantos testigos mudos de la veracidad de la Palabra de Dios.” (Elena G. de White, La Educación, pág. 125).

LA IGLESIA ADVENTISTA Y LOS DÍAS DE LA CREACIÓN

https://news.adventist.org/es/todas-las-noticias/noticias/go/2014-08-18/wilson-en-las-escuelas-adventistas-no-hay-lugar-para-la-evolucion/

 
 
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