MUNDO Y RELIGION - M&R
   
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  Jesús y la ley de Dios
 
Dentro de los cristianos hay una seria discrepancia respecto a cuál debiera ser la posición de un cristiano frente a la ley de Dios, los Diez Mandamientos.

Hay quienes sostienen que los Diez Mandamientos están vigentes, como los católicos. Lo mismo sostienen los adventistas. 

Sin embargo, un grupo no menos importante de cristianos sostiene decididamente que los Diez Mandamientos no están en vigencia para los fieles de hoy. Entre ellos se cuentan todas las corrientes dentro de los evangélicos (pentecostales, bautistas, presbiterianos, etc.), también los mormones y los simpatizantes de la WatchTower.

Este grupo enseña que Jesús abrogó la ley de Dios con su muerte y que en consecuencia los cristianos de hoy no están en obligación de guardar los Diez Mandamientos como parte de su práctica y fe. También sostiene que no se debe guardar el sábado, el cuarto de los Diez Mandamientos. Sostienen además que los Diez Mandamientos eran sólo para el pueblo de Israel y no para otras gentes, como la mayoría de los cristianos que no son israelitas literales. 

Lo importante de todo esto no es lo que creen unos y otros, que sólo contribuye a ahondar más las diferencias existentes entre los propios cristianos, sino más bien conviene considerar con gran importancia lo que enseñó Jesús al respecto. La unidad de los cristianos sólo puede tener la Biblia como base de todas las creencias y como fundamento de toda fe verdadera.

JESÚS NO VINO PARA ABROGAR LA LEY DE DIOS

¿Vino Jesús a abrogar la ley de Dios como enseña la mayoría de los evangélicos, los mormones y los simpatizantes de la WatchTower? La respuesta la da el propio Jesús como parte de una declaración solemne de principios que entregó en el Sermón del Monte:

"No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar sino a cumplir. Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas. De manera que cualquiera que infringiere uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos: mas cualquiera que los hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos." (Mateo 5:17-19)

"Mientras muchos murmuraban en sus corazones que él había venido para destruir la ley, Jesús, en términos inequívocos, reveló su actitud hacia los estatutos divinos: "No penséis -dijo- que he venido para abrogar la ley o los profetas". Fue el Creador de los hombres, el Dador de la ley, quien declaró que no albergaba el propósito de anular sus preceptos. Todo en la naturaleza, desde la diminuta partícula que baila en un rayo de sol hasta los astros en los cielos, está sometido a leyes. De la obediencia a estas leyes dependen el orden y la armonía del mundo natural. Es decir que grandes principios de justicia gobiernan la vida de todos los seres inteligentes, y de la conformidad a estos principios depende el bienestar del universo. Antes que se creara la tierra existía la ley de Dios. Los ángeles se rigen por sus principios y, para que este mundo esté en armonía con el cielo, el hombre también debe obedecer los estatutos divinos. Cristo dio a conocer al hombre en el Edén los preceptos de la ley, "cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios". La misión de Cristo en la tierra no fue abrogar la ley, sino hacer volver a los hombres por su gracia a la obediencia de sus preceptos." (E. G. de White, El Sermón de la Montaña)

"Al hablar de la ley, dijo Jesús: "No he venido para abrogar, sino para cumplir". Aquí usó la palabra "cumplir" en el mismo sentido que cuando declaró a Juan el Bautista su propósito de "cumplir toda justicia", es decir, llenar la medida de lo requerido por la ley, dar un ejemplo de conformidad perfecta con la voluntad de Dios.

Su misión era "magnificar la ley y engrandecerla". Debía enseñar la espiritualidad de la ley, presentar sus principios de vasto alcance y explicar claramente su vigencia perpetua. La belleza divina del carácter de Cristo, de quien los hombres más nobles y más amables son tan sólo un pálido reflejo; de quien escribió Salomón, por el Espíritu de inspiración, que es el "señalado entre diez mil... y todo él codiciable"; de quien David, viéndolo en visión profética, dijo: "Más hermoso eres que los hijos de los hombres"; Jesús, la imagen de la persona del Padre, el esplendor de su gloria; el que fue abnegado Redentor en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la ley de Dios. En su vida se manifestó el hecho de que el amor nacido en el cielo, los principios fundamentales de Cristo, sirven de base a las leyes de rectitud eterna. "Hasta que pasen el cielo y la tierra -dijo Jesús-, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido". Por: su propia obediencia a la ley, Jesús atestiguó su carácter inalterable y demostró que con su gracia puede obedecerla perfectamente todo hijo e hija de Adán.

En el monte declaró que ni la jota más insignificante desaparecería de la ley hasta que todo se hubiera cumplido, a saber: todas las cosas que afectan a la raza humana, todo lo que se refiere al plan de redención. No enseña que la ley haya de ser abrogada alguna vez, sino que, a fin de que nadie suponga que era su misión abrogar los preceptos de la ley, dirige el ojo al más lejano confín del horizonte del hombre y nos asegura que hasta que se llegue a ese punto, la ley conservará su autoridad. Mientras perduren los cielos y la tierra, los principios sagrados de la ley de Dios permanecerán. Su justicia, "como los montes de Dios", continuará, cual una fuente de bendición que envía arroyos para refrescar la tierra." (E. G. de White, El Sermón de la Montaña). 

"Muchos maestros en religión aseveran que Cristo abolió la ley por su muerte, y que desde entonces los hombres se ven libres de sus exigencias. Algunos la representan como yugo enojoso, y en contraposición con la esclavitud de la ley, presentan la libertad de que se debe gozar bajo el Evangelio. Pero no es así como las profetas y los apóstoles consideraron la santa ley de Dios. David dice: "Y andaré con libertad, porque he buscado tus preceptos." (Salmo 119: 45, V.M.) El apóstol Santiago, que escribió después de la muerte de Cristo, habla del Decálogo como de la "ley real," y de la "ley perfecta, la ley de libertad." (Santiago 2: 8; 1: 25, V.M.) Y el vidente de Patmos, medio siglo después de la crucifixión, pronuncia una bendición sobre los "que guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad." (Apocalipsis 22: 14.) El aserto de que Cristo abolió con su muerte la ley de su Padre no tiene fundamento. Si hubiese sido posible cambiar la ley o abolirla, entonces Cristo no habría tenido por qué morir para salvar al hombre de la penalidad del pecado. La muerte de Cristo, lejos de abolir la ley, prueba que es inmutable. El Hijo de Dios vino para engrandecer la ley, y hacerla honorable. (Isaías 42: 21.) El dijo: "No penséis que vine a invalidar la ley;" "hasta que pasen el cielo y la tierra, ni siquiera una jota ni un tilde pasará de la ley." (S. Mateo 5: 17, 18, V.M.) Y con respecto a sí mismo declara: "Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón." ( Salmo 40: 8, V.M.)

La ley de Dios, por su naturaleza misma, es inmutable. Es una revelación de la voluntad y del carácter de su Autor. Dios es amor, y su ley es amor. Sus dos grandes principios son el amor a Dios y al hombre. "El amor pues es el cumplimiento de la ley." (Romanos 13: 10, V.M.) El carácter de Dios es justicia y verdad; tal es la naturaleza de su ley. Dice el salmista: "Tu ley es la verdad;" "todos tus mandamientos son justos." (Salmo 119: 142, 172, V.M.) Y el apóstol Pablo declara: "La ley es santa, y el mandamiento, santo y justo y bueno." (Romanos 7: 12, V.M.) Semejante ley, expresión del pensamiento y de la voluntad de Dios, debe ser tan duradera como su Autor." (E. G. de White, Conflicto de los Siglos)

"No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir." Así refutó Jesús el cargo de los fariseos. Su misión en este mundo consistía en vindicar los sagrados derechos de aquella ley que ellos le acusaban de violar. Si la ley de Dios hubiese podido cambiarse o abrogarse, Cristo no habría necesitado sufrir las consecuencias de nuestra transgresión. El vino para explicar la relación de la ley con el hombre, e ilustrar sus preceptos por su propia vida de obediencia." (E. G. de White, El Deseado de Todas las Gentes) 

 
JESÚS ENSEÑÓ A GUARDAR TODA LA LEY
 


"Cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos". 

Eso significa que no tendrá lugar en el reino, pues el que deliberadamente quebranta un mandamiento no guarda ninguno de ellos en espíritu ni en verdad. "Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos". No es la magnitud del acto de desobediencia lo que constituye el pecado sino el desacuerdo con la voluntad expresa de Dios en el detalle más mínimo, porque demuestra que todavía hay comunión entre el alma y el pecado. El corazón está dividido en su servicio. Niega realmente a Dios, y se rebela contra las leyes de su gobierno.

Si los hombres estuviesen en libertad para apartarse de lo que requiere el Señor y pudieran fijarse una norma de deberes, habría una variedad de normas que se ajustarían a las diversas mentes y se quitaría el gobierno de las manos de Dios. La voluntad de los hombres se haría suprema, y la voluntad santa y altísima de Dios, sus fines de amor hacia sus criaturas, no serían honrados ni respetados.

Siempre que los hombres escogen su propia senda, se oponen a Dios. No tendrán lugar en el reino de los cielos, porque guerrean contra los mismos principios del cielo. Al despreciar la voluntad de Dios, se sitúan en el partido de Satanás, el enemigo de Dios y de los hombres. No por una palabra, ni por muchas palabras, sino por toda palabra que ha hablado Dios, vivirá el hombre. No podemos despreciar una sola palabra, por pequeña que nos parezca, y estar libres de peligro. No hay en la ley un mandamiento que no sea para el bienestar y la felicidad de los hombres, tanto en esta vida como en la venidera. Al obedecer la ley de Dios, el hombre queda rodeado de un muro que lo protege del mal. Quien derriba en un punto esta muralla edificada por Dios destruye la fuerza de ella para protegerlo porque abre un camino por donde puede entrar el enemigo para destruir y arruinar." (E. G. de White, El Sermón de la Montaña)

JESÚS Y EL SÁBADO


El ejemplo de Jesús en cuanto a la observancia del sábado, el cuarto de los Diez Mandamientos está claramente expresado en la Biblia:  "Y vino a Nazareth, donde había sido criado, y entró, conforme a su costumbre, el día del sábado en la sinagoga, y se levantó a leer." (Lucas 4:16) 

"Los que sostienen que Cristo abolió la ley, enseñan que violó el sábado y justificó a sus discípulos en lo mismo. Así están asumiendo la misma actitud que los cavilosos judíos. En esto contradicen el testimonio de Cristo mismo, quien declaró: ‘Yo también he guardado los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor.’ Ni el Salvador ni sus discípulos violaron la ley del sábado. Cristo fue el representante vivo de la ley. En su vida no se halló ninguna violación de sus santos preceptos. Frente a una nación de testigos que buscaban ocasión de condenarle, pudo decir sin que se le contradijera: ‘¿Quién de vosotros me convence de pecado?’" (E. G. de White, El Deseado de Todas las Gentes) 
 
 
 
 
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