MUNDO Y RELIGION - M&R
   
  MUNDO Y RELIGIÓN - M & R
  Mateo 19: 9 Matrimonio, divorcio y nuevo casamiento
 



INTRODUCCIÓN 

Resulta difícil hablar del matrimonio y de los problemas que lo afectan, especialmente el divorcio, sin tocar puntos sensibles y aspectos íntimos en la vida de muchas personas. Sin embargo, no deja de ser significativo que como cristianos, nos planteemos el tema desde un punto de vista evidentemente bíblico y bajo una perspectiva eminentemente cristiana.

No se pretende ignorar las muchas y diversas situaciones que conllevan a la ruptura matrimonial, mucho más cuanto no se ignora el drama que muchas veces significa un  matrimonio desavenido. El presente trabajo sólo busca analizar el tema matrimonio, divorcio y nuevo casamiento a la luz de la Biblia y de las claras y sencillas enseñanzas de Cristo, en el entendido de que el cristianismo en su más básica expresión está fundado en la vida y en las enseñanzas de Jesús.  

¿Es el matrimonio una institución sagrada?  ¿Es el vínculo matrimonial un compromiso indisoluble? ¿Tiene el hombre derecho a divorciarse? ¿Deben las iglesias autorizar la disolución del matrimonio? ¿Estaba Jesús de acuerdo con el divorcio?

Estas y otras interrogantes son planteadas objetivamente en este sencillo análisis, con el fin de invitar a una revisión, desde el punto de vista bíblico, del tema matrimonio, divorcio y nuevo casamiento. 
 
UN PROBLEMA ACTUAL

Vivimos en una época en que el matrimonio se encuentra amenazado por serios problemas. La actual condición moral de nuestro mundo afecta al matrimonio en su estabilidad no sólo como institución sagrada, sino también como base fundamental de la sociedad. 

Una prestigiada autora expresó lo siguiente:  "Si los demonios se hubieran propuesto inventar la manera más eficaz de destruir todo lo que existe de venerable, de bueno o de permanente en la vida doméstica, con la seguridad a la vez de que el daño que intentaban hacer se perpetuaría de generación en generación, no habrían podido echar mano de un plan más adecuado que el de la degradación del matrimonio." (Conflicto de los Siglos, pág. 313)   

Al tenor de lo señalado anteriormente la realidad es concluyente:

"Satanás está trabajando en el seno de las familias. Su bandera flota hasta en los hogares de los que profesan ser cristianos. En ellos se ven la envidia, las sospechas, la hipocresía, la frialdad, la rivalidad, las disputas, las traiciones y el desenfreno de los apetitos. Todo el sistema de doctrinas y principios religiosos que deberían formar el fundamento y marco de la vida social, parece una mole tambaleante a punto de desmoronarse en ruinas."  (Conflicto de los Siglos, pág. 642)

La experiencia, especialmente de aquellos países más desarrollados y en que prácticas como el divorcio, la convivencia de pareja, el amor libre o lo que es aún peor, la malhadada poligamia, son recurrentes, denota un notable desmedro de la institución matrimonial y con ello como inequívoca y lógica consecuencia, el deterioro de la sociedad con toda su carga de delincuencia, drogadicción, violencia, prostitución, falta de respeto, etc, 

En este sentido cobra terrible realidad el siguiente planteamiento:

"La sociedad se compone de familias, y será lo que la hagan las cabezas de familia. Del corazón 'mana la vida' y el hogar es el corazón de la sociedad, de la iglesia y de la nación." (El Ministerio de Curación, Edición de 1959, pág. 269) 

La penosa condición del mundo hoy, no es sino la palpable consecuencia de haber tenido la humanidad  en poco el importante aspecto del matrimonio, no sólo como base de la familia, sino como base fundamental de nuestra sociedad organizada. No en vano el Señor Jesús advirtió claramente que errores tales fueron sin más los que condujeron al mundo antiguo a sufrir la triste experiencia del diluvio universal y que sin duda serán los mismos errores que han de influir de manera determinante en el destino final de nuestro mundo actual (Mateo 24:37-39).

De manera conciliadora con su posición religiosa, la iglesia está llamada a salvaguardar el matrimonio frente al avance de la corrupción imperante, luchando incansablemente contra toda tendencia encaminada a debilitarlo, deteriorarlo o tergiversarlo, sabiendo que:  "la restauración y el levantamiento de la humanidad empiezan en el hogar." (El Hogar Ideal, pág. 7)

"La institución del matrimonio.../es el/ baluarte sagrado para la protección de la familia." (Conflicto de los Siglos, pág. 642) y que "liga los destinos de dos personas con vínculos que sólo la muerte puede cortar." (El Hogar Cristiano, pág. 309)    "La unión matrimonial /es/ el contrato más sagrado que puedan hacer seres humanos, y cuya permanencia y estabilidad contribuye eficacísimamente a la consolidación de la sociedad."  (El Conflicto de los Siglos, pág. 313)
 
EL MATRIMONIO INSTITUCIÓN DIVINA
(Génesis 2:24-25)

La institución del matrimonio forma parte del plan original de Dios para el hombre, siendo junto al sábado, una de las dos instituciones sagradas que Jehová confió al ser humano después de la creación y que les fueron asignadas para su bien.

El matrimonio tal y como lo constituyó Dios, más allá de ser el vínculo entre dos personas, hombre y mujer, que bajo mutuo consentimiento y al amparo de la bendición divina se unen para compartir sus vidas, constituye además la respuesta a la necesidad básica de perpetuar la humanidad sin tener que perder el marco de una vida social y organizada, como ocurre por ejemplo con los demás seres vivientes o criaturas que pueblan nuestro planeta.

En efecto, el ser humano, a diferencia de los animales, aves o peces, que se multiplican espontáneamente, recibe de Dios el mandato de multiplicarse y de poblar la tierra, no  como resultado de un  apareamiento instintivo y natural, sino como resultado de un vínculo sustentado en el amor, y que bajo la expresa bendición de Dios, hace del sexo, del cual se originan los hijos, un don o privilegio, del cual sólo se encuentran autorizados a disfrutar aquellos que detentan la condición de cónyuges dentro de un legítimo matrimonio (Génesis 1:22 y 28).  

El matrimonio entre los seres humanos, no es entonces, como sucede con los animales una relación instintiva de apareamiento, sino la expresión culminante del amor, un sentimiento que resulta indudablemente superior al mero instinto animal. Es claro además, que cuando hablamos de matrimonio, no estamos hablando sólo de una relación biológica entre especies biológicas superiores, sino que estamos hablando de una relación que sólo se puede dar y mantener entre seres que piensan y sienten.

Siendo así, el matrimonio se enmarca no dentro de un concepto puramente humanista o biológico y que ve en él, sólo la respuesta a nuestras necesidades más básicas de procreación y necesaria protección frente a la depredación de otras especies sorprendentemente más adaptadas al entorno ambiental en que vivimos, sino que aún más allá, el matrimonio es concebido como el vínculo sagrado que llama a dos personas a unir sus vidas en amor recíproco, no meramente en busca de satisfacer necesidades terrenales básicas, sino aún más trascendentalmente en la mutua búsqueda de la salvación y de la elevación espiritual.
                                                         
La enorme distancia que existe entre el concepto puramente humanista y el concepto religioso, determina decisivamente la posición que muchos adoptan frente al matrimonio y a cada una de las circunstancias que lo afectan.

Por una parte, el humanismo ve al hombre sencillamente como una especie más dentro del amplio espectro natural y que está sometido al plan selectivo natural de supervivencia, mientras que el concepto religioso ve al hombre como un ser trascendente, creado por Dios y que en consecuencia tiene un determinado destino que cumplir en relación vital con su Creador.

Si vemos el matrimonio desde el punto de vista de una "unión" puramente natural o biológica, nada importa entonces la forma que éste adopte, ya sea de concubinato (relación de pareja sin estar casados), poligamia (matrimonio que contempla varias esposas) o matrimonio con divorcio (régimen con disolución del vínculo y que permite optar a un nuevo matrimonio).  En cualquiera de los casos antes descritos, se responde a las necesidades biológicas de asociación y procreación. No obstante, si vemos al hombre como un ser trascendente, que vive no sólo como una especie más y que existe por la sola voluntad de Dios quien a su vez le ha asignado un destino en relación a un ordenamiento divino, entonces las circunstancias que afectan al matrimonio, afectan al destino del hombre y le quitan lo  más preciado de su origen, la trascendencia de que Dios le dotó como el ser más noble de Su creación terrenal.

¿Es el hombre sólo una "criatura" más dentro del amplio espectro de especies que pueblan nuestro planeta? o ¿es el hombre en verdad un ser trascendente, que más que comer, dormir o multiplicarse busca encontrar su origen  y destino en relación a su Creador?  
 
LA INTRODUCCIÓN DEL DIVORCIO EN LA HISTORIA

Fundamentalmente debemos saber que el divorcio fue introducido en la historia humana en los días de Moisés, de manera que no formaba parte del plan original de Dios para el hombre.  

En Deuteronomio 24:1-4 se dicta la ley general del divorcio, estableciéndose  claramente que la única causa que podría motivar el divorcio o repudio de la mujer (toda vez que la mujer no podía repudiar al varón), es por haber hallado el hombre en su mujer alguna "cosa torpe" o por "asunto de desnudez", según vierte la popular traducción bíblica de Reina-Valera de 1909.   En la versión moderna de la Biblia (1960), se habla de alguna "cosa indecente."

Es necesario saber que la expresión hebrea עֶרְוַ֣ת  דָּבָ֔ר "erwat dabar" que aparece originalmente en Deuteronomio 24:1 y que es traducida como "cosa indecente" puede referirse a alguna deficiencia física que sólo pudiera advertirse estando la mujer desnuda y de ahí entonces que algunas versiones traducen tal expresión como "asunto de desnudez" o "cosa torpe."  Además de alguna deficiencia física, la expresión hebrea también podría referirse a la incapacidad de tener hijos por parte de la mujer, ambos aspectos que motivarían el divorcio o repudio por parte del hombre hacia su esposa.

Lo anterior, guarda absoluta consecuencia con un código legal asirio encontrado por los arqueólogos y que ha sido datado en una época más o menos similar a la de Moisés. En dicho código, se establece que la única causa de divorcio respecto del hombre hacia su mujer, sería la de hallarse en ella algún defecto o deficiencia física que le impidiera desarrollar normalmente su régimen matrimonial, ya sea en cuanto a la sexualidad propiamente tal, como respecto del fin último del matrimonio, cual es la generación de los hijos.

Es claro que el término hebreo que aparece en Deuteronomio 24:1 y que se traduce como "cosa indecente", "cosa torpe" o simplemente como "asunto de desnudez", no refiere, de manera alguna a la "fornicación" o al "adulterio", como se acostumbra insinuar, puesto que ambas conductas eran sancionadas en los días de Moisés no con el divorcio sino con la muerte del culpable (Deuteronomio 22: 13-22). Siendo así, en los días de Moisés la fornicación y el adulterio no daban lugar a un divorcio, sino a una condena de muerte de los culpables (Vea Juan 8:1-5). 

En los días de Cristo, la situación respecto a las leyes mosaicas no había cambiado de modo alguno aunque es claro que en aquella época las penas aflictivas que imponía la ley mosaica estaban restringidas severamente por la legislación romana que impedía en la práctica la aplicación de ellas. Así por ejemplo, la sospecha de fornicación castigada con la muerte para quien resultase culpable, fue la razón por la que José quien  estaba desposado con María, la madre de Jesús, quiso dejarla secretamente y no difamarla (Mateo 1:18-25). De igual manera, el adulterio era castigado con la muerte, según vemos en el famoso caso de la mujer adúltera de Juan 8:3-5. 

Todo lo anterior, es confirmado por diversos traductores bíblicos. Primeramente, llama la atención que el concepto hebreo que aparece en Deuteronomio 24:1, nunca es vertido en traducción bíblica alguna como "fornicación" y menos como "adulterio", de donde se entiende que no eran esas las causas que motivaban un divorcio en los días de Moisés.

La Septuaginta, versión griega del Antiguo Testamento, al referir la traducción del texto señalado vierte "erwat dabar" con la expresión griega aschmaV pragma  (se lee "asjemas pragma") que traducido es "cosa indecente" o "cosa vergonzosa."    Es necesario destacar, que según el sentido del texto, la indecencia o vergüenza, es atribuida en este caso no al que repudia, sino a la repudiada, de quien se expone su indecencia o verguenza.

Aún la Mishná, código de las normas jurídicas judías que incluye comentarios bíblicos, sugiere que el sentido primario y original de "erwat dabar" refiere a un "defecto corporal" y no específicamente a una conducta inmoral o impropia por parte de la repudiada.

Consideremos al respecto el siguiente comentario del pasaje bíblico de  Deuteronomio 24:1: 

"Moisés había permitido al marido que se disgustase de su mujer, por alguna deformidad que le sobreviniese, apartarse de ella, dándole una Escritura de separación."  
(Vulgata Latina, Los Quatro Evangelios, Felipe Scío de San Miguel, pág. 103, año de 1797)

Notemos que este afamado traductor bíblico, reconoce que la expresión hebrea traducida como "cosa indecente o torpe" o simplemente como "asunto de desnudez," dice directa relación con "alguna deformidad" atribuida a la repudiada y no con una conducta inmoral  encontrada en ella.

De todo lo anterior, se desprende claramente que la ley de Moisés no autorizaba el divorcio por causas como la fornicación o el adulterio, sino solamente por razón de “cosa indecente o vergonzosa” y que refería más bien a un defecto  físico que a una conducta inmoral.

Consecuentemente, el divorcio o repudio por parte del hombre hacia la mujer, era una realidad existente en los días de Moisés, según lo establece Levítico 22:12-13 y Números 30:10. No obstante lo anterior, Dios señaló a través del profeta Malaquías que El aborrece el divorcio y que la mujer repudiada es  considerada como amancillada (Malaquías 2:16; Levítico 21:14).
 
LA POSICIÓN DE JESÚS RESPECTO AL DIVORCIO  
EL CONTEXTO HISTÓRICO DE LAS PALABRAS DE CRISTO
 
A fin de comprender las enseñanzas de Cristo más plenamente, es necesario ubicar sus declaraciones en el contexto que corresponde, tanto desde el punto de vista teológico como desde el punto de vista histórico. 

Como primer punto es necesario establecer que el propósito fundamental de Jesús al venir al mundo consistió en restaurar lo que Satanás había echado a perder, entre esto, especialmente el matrimonio. A partir de este razonamiento, es claro que el divorcio, en sí una grave amenaza para el matrimonio, no encuadra definidamente en el propósito misional de Cristo (1 Juan 3:8; Mateo 18:11).  

Cabe preguntar: ¿Cuál es el punto de vista correcto sobre el matrimonio, divorcio y nuevo casamiento? ¿Estaba Jesús de acuerdo con el divorcio? ¿Qué posición debe sostener y apoyar la Iglesia tocante a este asunto?  Veamos.

A partir de los días de Moisés y con el tiempo, el asunto del divorcio había sido objeto de variadas interpretaciones, muchas de las cuales se alejaban completamente del sentido que el propio Moisés había querido imprimirle a tal práctica. 

En los días de Cristo existían dos importantes escuelas rabínicas que interpretaban el asunto del divorcio de manera diferente,  éstas eran las escuelas de "Hillel" y "Shamai." La diferencia entre ambas escuelas en lo tocante al divorcio consistía  básicamente en la interpretación de la "cosa indecente" o "cosa torpe" que refería Deuteronomio 24:1, es decir, en cuanto a las causas que daban origen eventualmente a un divorcio. 

La escuela "Hillel" enseñaba que un judío podía divorciarse de su mujer por cualquier motivo e incluso por las causas más insignificantes como por ejemplo que la mujer echase a perder una comida y por otra parte, la escuela de "Shamai", intentaba atenerse al sentido más primario de la ley y restringía de manera absoluta las causales de un divorcio, aunque ya en los días de Cristo, se abría al divorcio por fornicación y adulterio, sin parar en cuenta que tales “excepciones” no estaban en absoluto contempladas en la ley de Moisés y que en realidad constituían más bien una adaptación a la moral de la época y del entorno en que vivían, como una nación subyugada por el Imperio Romano.

Es claro que las escuelas rabínicas que se pronunciaban sobre el asunto del divorcio en los días de Cristo, se apartaban del verdadero sentido del divorcio promulgado por Moisés y adaptaban las causales de divorcio a la condición de la época, permitiendo el divorcio por causa de fornicación o adulterio ya que para aquel tiempo estas conductas no podían ser castigadas con la muerte ya que en la práctica esta sentencia sólo podía ser aplicada por la justicia romana y no por la justicia judía. 

Lo interesante es que Jesús, si bien reconoció la originalidad de la ley dada por Moisés, que concedía la exención sólo por "cosa indecente", lo claro es que en último término no se mostró partidario de dicha ley  y no manifestó inclinación por ninguna de las escuelas de interpretación  que se hallaban en disputa, sino que sostuvo el matrimonio tal y como lo  había concebido Dios en el principio, esto es sin divorcio.

Efectivamente, desde el punto de vista histórico, debemos ubicar las palabras de Cristo en el contexto que corresponde y en este sentido es necesario aclarar que tanto en el Sermón del Monte como en su diálogo con los fariseos, Jesús se dirigió a personas que en su mayoría no eran cristianas en propiedad y que en consecuencia, en cuanto a su vida matrimonial, en muchos aspectos no estaban completamente a la altura de la elevada vocación a que los llamaba Jesús y que se encontraba en armonía con el plan de Dios establecido en el Edén.

Por otra parte, en los días de Cristo, en un Israel dominado por el Imperio Romano y sabiendo el pueblo que no se podía aplicar penas en caso de fornicación o adulterio como sí ocurría en los días de Moisés, las irregularidades matrimoniales eran frecuentes, dándose a menudo el caso de personas que vivían juntas sin estar debidamente casadas o casadas en segundas nupcias. Era de común ocurrencia, por ejemplo,  que parejas legalmente casadas ante las leyes de la sociedad, en la práctica no contaban con la aprobación de Dios. En hecho, en los días de Cristo, un hombre podía divorciarse de su mujer por las causas más absurdas y luego ir y casarse con otra persona. Esta situación era muy frecuente y de natural ocurrencia. Evidentemente, si una persona divorciada al amparo de los resquicios legales de la época se volvía a casar, ante los ojos de Dios se encontraba en una situación de suyo ilegal e inaceptable. 

"También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio." (Mateo 5:31-32)

Jesús dijo que el divorcio "a no ser por causa de fornicación", conduce invariablemente al adulterio. Una relación matrimonial fundada fuera de este marco de excepción, no es aceptable delante de Dios.

La expresión “fornicación”, que a la luz de la Biblia se entiende como “disfrutar de la relación de pareja sin estar debidamente casados” y que en los días de Moisés daba lugar a un castigo de muerte, en los días de Cristo era de cada vez mayor ocurrencia, sucediendo que una mujer podía llegar al matrimonio no siendo virgen y siendo culpable de fornicación, aspecto que el marido podía sólo conocer una vez estando casado con ella, lo cual daba lugar al divorcio. 

No obstante, la expresión "fornicación" utilizada por Jesús tiene un significado mucho más amplio de acuerdo a la situación moral que se vivía en sus días y por ello a menudo es traducida también como "violación del voto matrimonial", "infidelidad" o incluso "adulterio". Aunque, en Mateo 19:9, Jesús hace una clara diferencia entre "fornicación" y "adulterio", utilizando las dos palabras distintivas para cada caso.

Resulta claro que en los días de Cristo, tanto los líderes del pueblo como los rabinos en general habían aceptado la intromisión del divorcio dentro del régimen conyugal traspasando absolutamente los límites impuestos por Moisés tocante a los motivos causativos de divorcio. ¿Por qué sucedía esto?

Sencillamente porque, como se dijo, al estar Israel bajo el dominio del Imperio Romano en los días de Cristo, éste había debilitado considerablemente el aparato legislativo judío, al punto de impedir aplicar la pena de muerte en aquellos casos en que la ley judía indicaba, como por ejemplo, la fornicación y el adulterio. Lo anterior, porque la pena capital sólo estaba reservada aplicarla a la justicia romana y estaba vedada a los pueblos que se encontraban bajo su dominio (Vea Juan 18:31).

Puesto que bajo la restricción jurídica impuesta a Israel por la autoridades romanas, virtualmente no se podía aplicar la pena de muerte bajo ninguna circunstancia, las conductas gravemente reñidas con la moral se habían incrementado notablemente y eran de natural y frecuente ocurrencia entre el pueblo. Dado lo anterior y ante la imposibilidad de un castigo mayor, la fornicación e incluso el propio adulterio eran las causas de divorcio más recurrentes en los días de Cristo, esto no de acuerdo a la ley de Moisés, sino de acuerdo  a la condición moral imperante en la época.

Lo señalado, había llevado a que en algunos casos se ampliara el concepto de Deuteronomio 24:1, en el sentido de incluir dentro de las causas de divorcio la fornicación y el adulterio, toda vez que no existía una manera más gravosa de castigar dichas conductas en los días de Cristo. 

La imposibilidad de aplicar la pena de muerte en los casos de fornicación y adulterio se trasluce claramente en el pasaje de Juan 8:1-11, donde Jesús es tentado a desafiar la autoridad romana so pretexto de interrogarlo con relación a su postura frente a la ley mosaica.

De todo lo anterior, se desprende que el divorcio es producto de la costumbre y no del derecho. Es decir, el divorcio nace y se origina producto de la costumbre que el mundo adopta de divorciarse y no del derecho que tengan las personas a reclamar tal facultad por causas aparentemente justificadas o razonables como la fornicación o el adulterio.

De ahí entonces, que a partir de Deuteronomio 24:1 y en que el divorcio surge como resultado de la costumbre y por la dureza de corazón de un pueblo que decididamente no anda en los caminos de Dios, se deja ver que el asunto del divorcio y de las causas que lo justifican se van adaptando a la costumbre general de cada época. No obstante, siempre queda manifiesto "que al principio no fué así," es decir, que el divorcio no está de manera alguna contemplado como parte integrante del plan de Dios para el hombre, no sólo porque el mismo es resultado de una costumbre, sino porque tal costumbre atenta contra el matrimonio en sí y en definitiva contra la familia, la sociedad y la nación.

 
EL SERMÓN DEL MONTE
(Mateo 5:31-32)

En el famoso Sermón del Monte, Jesús establece que todo aquel que se divorcia de su esposa, "fuera de causa de fornicación" invariablemente se compromete en una situación de adulterio a la vista de Dios. La posición de Jesús es claramente contraria al divorcio, aunque de acuerdo a la condición moral de la época, permite una claúsula de excepción.

Sin embargo, el asunto del divorcio ha sido ampliamente discutido al amparo de la cláusula de excepción que Jesús señala en el texto citado. ¿Autorizó Jesús el divorcio en el Sermón del Monte o en realidad su enseñanza contraviene decididamente la disolución del vinculo matrimonial?  Este es un asunto sobre el cual han surgido diversas y conflictivas opiniones y de hecho las iglesias en su mayoría, quizás como respuesta a la situación mundial imperante en cuanto al problema matrimonial, han decidido asumir la posición que más acomoda con la moral de nuestra época, a saber, aceptar que el matrimonio puede disolverse "por causa de fornicación" y que bajo ciertas circunstancias los cónyuges divorciados podrían incluso acceder a  un nuevo matrimonio.

Sobre el tenor es necesario decir que la cláusula de excepción señalada por Jesús y que se vierte bajo la  expresión “fuera de causa de fornicación” procedente de la expresión griega παρεκτὸς λόγου πορνείας (se lee “parektos logu porneías”) no siempre es bien entendida y aún para muchos estudiosos de la Biblia tiene un sentido equívoco y resulta ser un misterio. Igual cosa sucede con la expresión griega μὴ ἐπὶ πορνείᾳ se lee “me epi porneía”)  de  Mateo 19:9 y que se vierte: “si no fuere por causa de fornicación”.

Es claro que en Mateo 5:31-32 Jesús analiza la interpretación absolutamente tergiversada que de la ley de Moisés en lo referente al divorcio, sostenía no sólo el pueblo sino lo que es aún más grave, la equivocada interpretación que sostenían los líderes del pueblo. En este sentido, vemos que el pueblo apelaba a su facultad de  divorciarse, pero no se detenía a reflexionar sobre las causas que pudieran motivar y legalizar efectivamente un divorcio dentro de los límites establecidos por el propio Moisés.

Las palabras de Jesús en Mateo 19:4-6 señalan enfáticamente que el ideal cristiano está por sobre el divorcio. Note además, que de acuerdo al contexto, en el Sermón del Monte el Señor está enseñando que los cristianos deben en su experiencia religiosa ir más allá de lo que establece la sola letra de la ley. En este sentido, Jesús reconoce que la ley mosaica permite o autoriza el divorcio, no obstante él establece que todo aquel "que repudiare a su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere, y el que se casare con la repudiada, comete adulterio." 

Hay quienes ven en la expresión “fornicación” utilizada por Jesús en Mateo 5:32 una traducción de la expresión hebrea  
עֶרְוַ֣ת  דָּבָ֔ר "erwat dabar" de Deuteronomio 24:1. Ya vimos sin embargo, que la "cosa indecente" que señala la ley no refiere a "fornicación" ni menos es usada como sinónimo de "adulterio", toda vez que ambas conductas, como ya se dijo, eran castigadas con la muerte aún en los días de Cristo  y en ningún caso, según la ley de Moisés, daban pie a un divorcio. La expresión “fornicación” y “la cosa indecente o torpe” de Deuteronomio 24:1 no necesariamente son sinónimos y tampoco la primera debe ser considerada como una fiel traducción o interpretación de la segunda.

En las palabras de Jesús vertidas en Mateo 5:31-32 y que  refieren al divorcio, no necesariamente se está apoyando la ley de Moisés y tampoco la excepción establecida por Cristo refiere a la “cosa indecente” de la ley mosaica, ya que desde el punto de vista filológico  y que estudia el correcto sentido de las palabras, la expresión “cosa indecente o vergonzosa” y la expresión “fornicación” usada por Jesús no hallan ninguna similitud ni concordancia entre sí y no corresponde una a la traducción de la otra. Por tanto, al usar πορνείᾳ en su mensaje del Sermón del Monte tocante al divorcio, Jesús no necesariamente estaba señalando como causal de divorcio con relación a la ley dada por Moisés, sino que evidentemente estaba refiriendo  una situación totalmente diferente y que a la luz de la historia resultaba ser propia de su  época. 
 
¿Qué quiso decir entonces Jesús en el Sermón del Monte?  ¿Es su mensaje una apología al divorcio o por el contrario refleja su posición contraria al divorcio?  Veamos.

Es sabido que la palabra πορνείᾳ (se lee “porneía”) que Jesús utilizó en Mateo 5:31-32 y que generalmente se traduce como fornicación en la Biblia, no sólo refiere a esta conducta inmoral, sino que más bien es un término genérico que suele emplearse indistintamente para señalar cualquier acto de inmoralidad sexual o cualquier conducta que no esté contemplada dentro de lo que implica una sana sexualidad, incluído el adulterio. En este caso, tenemos que decir que "fornicación" en el contexto de las palabras de Jesús no significan adulterio, pero si contemplan el adulterio, ya que la expresión sugiere cualquier acto de inmoralidad sexual y el adulterio cae indiscutiblemente en esta categoría.
 
En el contexto señalado, las palabras de Cristo “fuera de causa de fornicación”, expresadas en el Sermón del Monte  o “a no ser por causa de fornicación” expresadas mas tarde, encuentran toda lógica y se hacen claramente comprensibles, deduciéndose que refieren en sí a una situación que nada tiene que ver con la modalidad de divorcio propuesta por Moisés, sino con una situación absolutamente diferente y que decía razón con la condición moral imperante en su época. Que el adulterio (infidelidad conyugal)  no es en sí, plenamente la causa de excepción a que refería Cristo, queda más que claro, toda vez que Jesús no usa tal expresión en sus palabras de Mateo 5:31-32. Lo anterior, resulta muy claro, que el mismo Jesús en Juan 8:3-5, demuestra que ante un caso de adulterio él no recomienda un "divorcio," sino la pena de muerte, conforme a la ley de Dios.

Considere el siguiente comentario sobre las palabras vertidas por Jesús en Mateo 5:31-32 y que deja ver la absoluta confusión que ha existido siempre sobre la claúsula de excepción propuesta en cuanto al divorcio:

“La cláusula de excepción podría referirse a un falso matrimonio, como sería el concubinato, muy extendido en Israel y considerado por algunos como si se tratara de un verdadero matrimonio. En este caso venía obligada la separación, por tratarse de una unión ilegítima. De cualquier modo la cláusula se refiere a uniones que, desde su raíz, han sido inválidas por algún impedimento.”  (Nuevo Testamento, pag. 39. Antonio Fuentes Mendiola).

¿Por qué entonces Jesús, al hablar del divorcio, utilizó la expresión
 πορνείᾳ en el Sermón del Monte en vez de utilizar aschmaV pragma como hace la Septuaginta por ejemplo?

Primero, porque la expresión usada por Jesús no es una traducción de la expresión usada en la Septuaginta y segundo porque la expresión πορνείᾳ involucra una variedad de actos relacionados con una sexualidad anormal y practicadas por personas que no están debidamente casadas, como son:  1)  fornicación, es decir, mantener relaciones sexuales sin estar casados  (Gálatas 5:19),  2) incesto, relación sexual de hijos con sus padres o entre parientes cercanos   (1 Corintios 6:1), 3) homosexualismo, relación sexual entre personas del mismo sexo (Judas 7), 4) prostitución, es decir comercio sexual (Apocalipsis 17:1-2) y 5) infidelidad a los votos matrimoniales.

Las conductas enunciadas anteriormente y que están involucradas en la expresión “fornicación” tienen un denominador común, a saber son conductas gravemente reñidas con la moral y que pudiendo ser practicadas por personas que anhelaban ser cristianas, sin embargo, de modo alguno encuadraban con el elevado ideal de vida a que convocaba Cristo a sus discípulos. 
 
La expresión πορνείᾳ utilizada por Jesús en Mateo 5:32 y que también se utiliza en Mateo 19:9, es traducida de diversas maneras en las distintas versiones de la Biblia,  a saber:

- "Fornicación"   (Reina-Valera, NM, Mod)
- "Infidelidad" (La Biblia Completa: Una traducción Americana, La Biblia con Enfasis de Rotherdam)
- "Violación de la castidad"  (NR, NBI)
- "Inmoralidad sexual"  (Dios llega al hombre)
- "Concubinato", "Unión ilegítima"   (Nuevo Testamento, Felipe de Fuenterrabía)
- "Prostitución"  (Manuscrito Vaticano)

El Diccionario Greek-English de Lidell y Scott reimpreso en 1948, tomo 2, página 1450, define la palabra πορνείᾳ como: "prostitución, fornicación, violación de la castidad, metafóricamente idolatría:"
 
Note que en su mayoría, ninguna de estas versiones de la Biblia se atreve a traducir la expresión griega directamente como "adulterio", sino que los más osados sugieren "infidelidad" o "violación de la castidad."  Es claro que el mismo Jesús no confundía de modo alguno πορνείᾳ  (fornicación) con moiceia (se lee “moijía”, adulterio). Lo anterior, se desprende de una simple comparación del mismo texto de Mateo 5:32 y 19:9, en que Jesús utiliza las dos expresiones claramente diferenciadas. Tal diferenciación entre fornicación y adulterio se deja ver en toda la Biblia y por ende en todo el Nuevo Testamento.
 
Es claro entonces que al usar la expresión "fornicación" en Mateo 5:32 y 19:9 como causal de divorcio, Jesús no refería no sólo de manera exclusiva al adulterio o  infidelidad de uno de los cónyuges durante el matrimonio, sino que refería a una situación de inmoralidad mucho más amplia que se observaba en las parejas de su época, especialmente entre aquellos que procedían de los Gentiles.

En conclusión, la expresión "fornicación" utilizada por Jesús en Mateo 5:32 y más tarde en Mateo 19:9, en contraposición con "cosa indecente o vergonzosa" utilizada en Deuteronomio 24:1, resulta evidentemente más amplia en su concepto, no obstante sólo de acuerdo a la condición moral imperante en la época de Cristo y con relación a situaciones puntuales distintas que no guardan relación entre sí. 
 
EL DIÁLOGO CON LOS FARISEOS

Analicemos el más claro ejemplo de la enseñanza de Jesús sobre el tema en Mateo 19:1-12. En este pasaje, que también encuentra un paralelo en Marcos 10:1-12, Jesús es interrogado con relación a la legalidad del divorcio. Se le consulta diciendo: "¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquiera causa?" [v. 3].  Que el tema en discusión no son las "causas" sino la "legalidad" del divorcio queda claramente manifiesto en Marcos 10:2.

Por otra parte, es necesario aclarar que de acuerdo a lo expresado por algunos estudiosos del griego, la palabra pasan (se lee "pasan") que se traduce en Mateo 19:3 como "cualquiera," en verdad debiera traducirse como "alguna," con lo cual cambia completamente el sentido del texto, en cuanto a que la interrogante que inquieta a los fariseos no son las "causas" sino la "legalidad" del divorcio. Aunque la palabra griega señalada, se traduce la mayoría de las veces como "todas," "cualquiera," "cada," etc., es de opinión de Maximiliano Zerwick, un respetable Doctor en Teología y Filología que la expresión "alguna" es más acertada por cuanto está expresada como parte de un semitismo (expresión propiamente judía) y que viene a ser un matiz muy fino dentro del lenguaje helenístico propio de la época de Cristo.

Que la posición de Jesús era contraria al divorcio se hace claro a partir de este diálogo con los fariseos, toda vez que la pregunta que se le formula con el ánimo de tentarlo a ponerse en una posición contraria al pueblo no tendría ninguna justificación si Jesús hubiese sido proclive al divorcio. Ciertamente los judíos sabían exactamente que Jesús era contrario al divorcio y de acuerdo a esto lo interrogaron sobre un tema que era por demás conflictivo.

Jesús más que pronunciarse definidamente en cuanto a la legalidad del divorcio o siquiera sobre las causas que lo motivan, los lleva a considerar el asunto de acuerdo a la voluntad de Dios, diciendo: "¿No habéis leído acaso que el que los hizo al principio, macho y hembra los hizo. Y dijo: Por tanto, el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne?  Así que no son ya más dos, sino una carne: por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre."  (Mateo 19:4-6).

De acuerdo a la enseñanza de Cristo, antes de debatir sobre las causas o legalidad del divorcio, debemos considerar si la práctica del divorció está de acuerdo con la voluntad de Dios. Jesús enseña que el divorcio contraviene el plan de Dios para el hombre pretendiendo separar lo que Dios ha unido y declara enfáticamente: "lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre.” 

Esta es la enseñanza de Jesús en los que refiere al matrimonio y por tanto debe ser de manera consecuente la enseñanza de los cristianos y de la Iglesia durante todas las épocas, indistintamente de la condición moral imperante en el período en que nos corresponda vivir.

Analicemos el siguiente comentario sobre la posición de Jesús respecto al divorcio:

"Entre los judíos se permitía que un hombre repudiase a su mujer por las "ofensas más insignificantes, y ella quedaba en libertad para casarse otra vez. Esta costumbre era causa de mucha desgracia y pecado. En el Sermón del Monte, Jesús indicó claramente que el casamiento no podía disolverse, excepto por infidelidad a los votos matrimoniales. "El que repudia a su mujer -dijo él-  a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio."

Cuando, después los fariseos lo interrogaron acerca de la legalidad del divorcio, Jesús dirigió la atención de sus oyentes hacia la institución del matrimonio conforme se ordenó en la creación del mundo. "Por la dureza de vuestro corazón - dijo él- Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres: mas al principio no fué así".    Se refirió a los días bienaventurados del Edén, cuando Dios declaró que todo "era bueno en gran manera".  Entonces tuvieron su origen dos instituciones gemelas, para la gloria de Dios y en beneficio de la humanidad: el matrimonio y el sábado. Al unir Dios en matrimonio las manos de la santa pareja diciendo: "Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne", dictó la ley del matrimonio para todos los hijos de Adán hasta el fin del tiempo. Lo que el mismo Padre eterno había considerado bueno era una ley que reportaba la más elevada bendición y progreso para los hombres.

Como todas las demás excelentes dádivas que Dios confió a la custodia de la humanidad, el matrimonio fue pervertido por el pecado, pero el propósito del Evangelio es restablecer su pureza y hermosura." (El Discurso Maestro de Jesucristo, págs. 56-57).

Consecuentemente, la misma autora declara: "Jesús vino a nuestro mundo para rectificar errores y restaurar la imagen moral de Dios en el hombre. En la mente de los maestros de Israel habían hallado cabida sentimientos erróneos acerca del matrimonio. Ellos estaban anulando la sagrada institución del matrimonio. El hombre estaba endureciendo de tal manera su corazón que por la excusa más trivial se separaba de su esposa, o si prefería, la separaba a ella de los hijos y la despedía. Esto era considerado como un gran oprobio y a menudo imponía a la repudiada sufrimientos agudísimos.

Cristo vino a corregir estos males, y cumplió su primer milagro en ocasión de un casamiento. Anunció así al mundo que cuando el matrimonio se mantiene puro y sin contaminación es una institución sagrada." (Elena G. de White, Manuscrito 16, 1899).

Causa extrañeza que todos cuantos abogan por el divorcio, citan las palabras de él contenidas en Mateo 5:31-32 y 19:9, que como ya se dijo aún hoy en día son tema de debate y conflicto en el ámbito teológico y que en definitiva con gran dificultad son interpretadas por cuantos se abocan al estudio de la Biblia. No obstante, se pasa por  alto la posición que claramente expuso Jesús en Mateo 19:4-6 y que es contraria al divorcio en cualquiera de sus formas.
 

¿Cuál fue la posición de Jesús tocante al divorcio en su diálogo con los fariseos?

EL ORIGEN DE DEUTERONOMIO 24:1

Los fariseos entendieron el mensaje de Cristo y comprendieron el carácter indisoluble del matrimonio tal y como lo presentó Jesús apoyándose en las Santas Escrituras. No obstante, ignorando voluntariamente lo que él acababa de enseñarles referente a la indisolubilidad matrimonial y, mostrándose indiferentes a su particular posición sobre el matrimonio, los fariseos le continuaron interrogando e insistieron diciendo: 

"¿Por qué, pues, Moisés mandó carta de divorcio y repudiarla?" Ante lo cual Jesús contestó honestamente: "Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres." Con ello, Jesús dio respuesta a la pregunta que le hacían, no obstante, insistió en su planteamiento inicial sobre la indisolubilidad del matrimonio, diciendo: "mas al principio no fue así."   (Mateo 19:7-8)

El divorcio, al igual que lo fue la norma de Levítico 11 tocante a la alimentación, fue una norma dada para un pueblo rebelde y de duro corazón. No era la voluntad de Dios que existiera el divorcio, sin embargo, Dios manifestó tolerancia al pueblo incrédulo y apóstata. Así como no corresponde que nos ciñamos a Levítico 11 respecto a la alimentación ya que el pueblo de Dios no debe comer carne de ningún tipo, de igual manera, no corresponde que apelemos al divorcio para dirimir los desajustes matrimoniales. 

En ambos casos, el matrimonio y la alimentación, a instancias de lo aconsejado por Jesús, debemos volver al plan original, es decir a lo establecido como bueno para todos los hombres por Dios en el principio, en el Edén,.

Después de establecer las causas que motivaron que surgiera una ley de divorcio y de aclarar nuevamente cuál era la voluntad de Dios sobre el asunto, Jesús pasa a analizar la norma de Deuteronomio 24:1 y que era lo que en definitiva inquietaba a los fariseos

Insistimos en que la posición de Jesús tocante al matrimonio es clara y definitiva: "lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre" esto es: matrimonio indisoluble.

Al respecto leamos el siguiente comentario:

"Dios dijo: 'Lo que Dios ha unido, no lo aparte el hombre'; y sin embargo, Cristo explica que la ley del divorcio fue dada a causa de la dureza de sus corazones. Debido a la degeneración del pueblo se permitió una ley que no estaba en el plan original de Dios."  (Mensajes Selectos, tomo 3, pág. 252).

Es claro, como dice la autora de las palabras anteriormente enunciadas, que al considerar este tipo de declaraciones debemos tener en cuenta algo importante: "debemos reconocer que todo precepto de Dios es dado por misericordia, y considerando las circunstancias." (Mensajes Selectos, tomo 3, pág. 252).

¿Cuál fue entonces el verdadero origen de la ley de divorcio? La respuesta de Jesús es clara: la dureza de corazón. Esta dureza de corazón no es sino la incapacidad de vivir en armonía, de perdonarse mutuamente, de prodigarse el uno al otro, etc.  De igual manera, se hace manifiesto que: "Debido a la degeneración del pueblo se permitió una ley que no estaba en el plan original de Dios."  El divorcio entonces se origina no como parte de la voluntad de Dios sino como manifestación inequívoca de la debilidad humana y de la degeneración prevaleciente en la sociedad.

Con relación a este último planteamiento, referimos la famosa “Carta de Ptolomeo a Flora”, escrito cristiano muy antiguo y que forma parte de la Patrística (escritos de los llamados “padres de la iglesia”):

“En la discusión sobre el divorcio -cuya licitud establecía la ley- dijo el Salvador a sus adversarios: "Moisés permitió repudiar a la propia mujer a causa de vuestra dureza de corazón. Pero al principio no era así. Pues Dios -prosigue- ha hecho este conyugio y está escrito que lo que Dios unió no lo separe el hombre".  Aquí pone de manifiesto que hay una ley de Dios que prohibe separar a una mujer de su marido y otra de Moisés que, a causa de la dureza de corazón, permite la ruptura de esta unión. Según esto, Moisés legisla de modo contrario a Dios, pues separarse es lo contrario de no separarse. Ahora bien, si examinamos la intención que llevó a Moisés a establecer esta ley hallaremos que no lo hizo de acuerdo con sus propias preferencias, sino por necesidad, a causa de la debilidad de los sujetos a la ley.  Pues no eran capaces de observar la voluntad de Dios, que les prohibía repudiar a sus mujeres. Sucedía que algunos cohabitaban con ellas a disgusto, corriendo con esto el peligro de caer en mayor iniquidad para acabar en perdición.  Con la intención de eliminar este disgusto, que les amenazaba incluso de perdición, Moisés promulgó una segunda ley, dada en atención a las circunstancias, como mal menor para evitar uno mayor. De su propia iniciativa, pues, les promulgó la ley del divorcio, a fin de que si no podían observar la primera, respetasen por maldad, que les acarrearían su total perdición. Esta es la intención que animaba a Moisés, según la cual promulgó preceptos contrarios a los de Dios. Por lo demás, es indiscutible que el testimonio aducido demuestra que la ley de Moisés es distinta de la ley divina, aunque lo hayamos probado con un solo ejemplo.’’

En este sentido, un conocido traductor bíblico agrega:

“El mandato de Moisés no fue que repudiasen a sus mujeres, sino que, en caso de hacerlo, procediese la formalidad de hacer una escritura, etc. No había ninguna ley que obligase a nadie a divorciarse: había solamente una tolerancia, y esta para que no atentase el marido contra la vida de su mujer.” (Sagrada Biblia, D. Felix Torres Amat, edición de 1891, pág. 57)

JESÚS Y LOS DISCÍPULOS

Cristo sostiene y defiende el matrimonio tal y como fue instituido por Dios en el principio, esto es, sin divorcio.  En consecuencia, esta resulta ser la enseñanza oficial de Jesús y es lo que desde entonces atesora la Iglesia como benéfica enseñanza para todo el mundo.

Lo anterior, queda claramente establecido, porque después de dialogar con los fariseos, los discípulos le preguntan a Jesús aparte en casa sobre el tema del matrimonio, divorcio y nuevo casamiento. Los discípulos habían comprendido claramente lo expresado por Cristo a los fariseos respecto a la indisolubilidad del matrimonio, sin embargo, reacios a aceptar tal enseñanza, al igual  que muchos de nosotros hoy en día, volvieron a preguntar más particularmente a Jesús sobre el mismo tema (Marcos 10:10).

Lo que Jesús expresa ahora a sus discípulos no sólo es su opinión, sino su enseñanza oficial sobre el asunto. El dice: "Cualquiera que repudiare a su mujer, y se casare con otra, comete adulterio contra ella: Y si la mujer repudiare a su marido, y se casare con otro, comete adulterio." (Marcos 10:11-12) Note que aquí Jesús no está citando la ley de Moisés, sino su posición particular sobre el tema. Jesús no menciona ninguna causa que dé motivo a un divorcio, sencillamente sostiene que el divorcio conduce directamente al adulterio.

Lo anterior, unido a lo que Jesús ya había planteado: "lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre" motivó a los discípulos a expresar con notable desconsuelo: "Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse."  (Mateo 19:10).

Es claro que mientras en el Sermón del Monte y en el diálogo con los fariseos  (Mateo 5:31-32, 19:9), Jesús estaba hablando con personas que no eran cristianas en propiedad y por tanto, considerando esto, les expone la excepción del divorcio por causa de fornicación, más tarde, cuando habla con los discípulos en particular, les expresa su pensamiento pleno y definitivo, el divorcio sólo conduce al adulterio, en el entendido que todos cuantos han aceptado a Cristo en su corazón, ya de antes han dirimido cualquier irregularidad matrimonial, ante lo cual un divorcio entre los cristianos no encuentra explicación ni justificación alguna.

Que los discípulos no veían en las palabras de Cristo una excusa para divorciarse “por causa de fornicación”, se hace claro en lo expresado tardíamente por Atenágoras,  un cristiano del Siglo II y que hacia el año 178, aproximadamente, escribe lo siguiente:

“Porque no está nuestra religión en cuidados discursos, sino en la demostración y la enseñanza de las obras: o hay que permanecer tal como uno nació, o hay que casarse una sola vez. El segundo matrimonio es un adulterio decente. Dice la Escritura: «el que deja a su mujer y se casa con otra, comete adulterio» (cf. Mt 19, 9; Mc 10, 11), no permitiendo abandonar a aquella cuya virginidad uno deshizo, ni casarse de nuevo. El que se separa de su primera mujer, aunque hubiera muerto, es un adúltero encubierto, pues traspasa la indicación de Dios, ya que en el principio creó Dios un solo hombre y una sola mujer...”

Jesús aclaró que su enseñanza no habría de ser recibida por todos, sino tan sólo por aquellos que tuvieran un grado de compromiso real y verdadero con la verdad que él proclamaba y que no era sino la fiel expresión de la voluntad de Dios.

Aparte de todas las apreciaciones anteriores, la enseñanza clara de Jesús sobre el divorcio tal y como se lo practicaba en su época, en el pasado y aún en nuestro tiempo es: "Cualquiera que repudiare a su mujer, y se casa con otra, adultera: y el que se casa con la repudiada del marido, adultera." (Lucas 16:18)  Esto, evidentemente, escandaliza a quienes si están a favor del divorcio en nuestra propia época, pero no podemos desconocer que ésta fue y sigue siendo la enseñanza de Cristo para los cristianos de hoy.

LA IGLESIA Y LA INDISOLUBILIDAD DEL MATRIMONIO

La Biblia enseña claramente que el matrimonio surge del pensamiento de Dios y  como parte integrante del plan original para el hombre, mientras que el divorcio surge por la incapacidad del hombre de ajustarse a dicho plan y por la dureza de su corazón no arrepentido. Aceptar el  divorcio como una práctica dentro de la Iglesia, significa aceptar fehacientemente que la Iglesia, al igual que el mundo en general, no es capaz ni está en disposición de hacer la voluntad de Dios tocante al importante asunto del matrimonio. 

Todo lo anterior, equivale a decir que no es posible mantener la institución sagrada de Dios tal y como originalmente fue dada en la creación y que ésta debe ajustarse a la condición caída del hombre, incapaz de hacer la voluntad expresa de Dios.  Tal argumento no es sino la raíz y germen de la apostasía que una vez se originó en el cielo con Satanás y que se trasladó a la tierra engañando a todo el mundo.

El divorcio decididamente no puede ser practicado por los cristianos, sino sólo por aquellos que se reconocen a sí mismos como duros de corazón, incapaces de hacer la voluntad de Dios y afectados por la depravación característica de este mundo. Luego, si nos reconocemos como un pueblo de duro corazón e incapaz de hacer la voluntad de Dios, ¿qué hay de nuestra expectativa de vida eterna? Recordemos que aquel pueblo de duro corazón para el que se estableció el divorció según Deuteronomio 24:1, pereció casi completamente en el desierto y no alcanzó finalmente el objetivo que Dios le había trazado al sacarlo de Egipto, a saber, entrar en la tierra prometida de Canaán (Vea Hebreos 3:7-19).

La Iglesia en consecuencia, está llamada a seguir la enseñanza de Cristo por precepto y ejemplo y en este sentido, aún cuando un cristiano enfrente un divorcio, si no fuere por causa de fornicación, debe saber que no  puede volver a casarse. Ante la eventualidad de un divorcio fuera de causa de fornicación y a fin de animarnos a seguir decididamente en la senda correcta, Jesús dice: "Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de eso, seálo." (Mateo 19:12
 
El matrimonio une la vida de dos personas con vínculos tan estrechos que sólo la muerte puede separar. En este sentido, el apóstol Pablo declaró: "La mujer que está sujeta a marido, mientras el marido vive está obligada a la ley; mas muerto el marido, libre es de la ley del marido. Así que, viviendo el marido, se llamará adúltera si fuere de otro varón; mas si su marido muriere, es libre de la ley; de tal manera que no será adúltera si fuere de otro marido." (Romanos 7:2-3)  Note que el mismo principio es repetido por Pablo a la Iglesia en 1 Corintios 7:39. El santo apóstol recoge las enseñanzas de Cristo y declara que el matrimonio sólo puede disolverse por la muerte de uno de los cónyuges. No siendo así, cualquiera de las  partes que incurra en una relación sentimental o afectiva con un tercero aparte del matrimonio, se hace culpable de adulterio. Esta es la enseñanza oficial del apóstol para la iglesia cristiana del primer siglo, teniendo como inspiración la propia enseñanza de Jesús.
 
En otro orden de cosas, el mismo apóstol declara: "Mas a los que están juntos en matrimonio, denuncio no yo, sino el Señor: Que la mujer no se aparte del marido; y si se apartare, que se quede sin casar, o reconcíliese con su  marido; y que el marido no despida a su mujer."  (1 Corintios 7:9-11)
 
Lo anterior, significa que no habiendo disolución del vínculo matrimonial, si puede darse el caso de que un matrimonio malavenido decida separarse. No obstante, en tal caso, las partes deben permanecer igualmente en castidad, esto es, sin volverse a casar, porque como ya se expuso, el matrimonio sólo se disuelve con la muerte de uno de los cónyuges. Mientras el cónyuge continúa con vida, aunque estén "separados" de mutuo consentimiento, no pueden las partes volverse a casar.

Esta posición,  se deja ver claramente en los escritos de los primeros cristianos y especialmente en el siguiente documento del año 140 d.C.:

 “Señor, si uno tiene esposa creyente y descubre que es adúltera, ¿cometerá algún pecado al seguir viviendo con ella? “  “Hasta que el marido no lo sabe, no comete pecado; pero si advierte el pecado de su  esposa, y ella no se arrepiente, al seguir viviendo con ella compartirá su falta y adulterio.”  “¿Qué hará, pues el marido?”  “Que la despida   y se quede solo. Porque si después de despedirla se casa con otra, él también se hace adúltero.” (El Pastor de Hermas)   

La separación de mutuo consentimiento no es tampoco el ideal cristiano y si ésta llega a producirse en un matrimonio mixto (de una persona cristiana con una no cristiana), la separación debería ser siempre por iniciativa del cónyuge incrédulo, nunca como iniciativa del cónyuge cristiano (1 Corintios 7:12-16).

Igualmente, la separación de hecho o legal, que se da bajo ciertas legislaturas y que permite la separación de los cónyuges sin disolución de vínculo, generalmente conduce a una convivencia posterior con una nueva pareja, lo cual resulta ser aún más irregular que el mismo divorcio, toda vez que permite la vida de pareja sin el amparo de ninguna clase de estructura o normativa legal. El Señor Jesús dejó claramente establecido que dicha situación no cuenta de modo alguno con la aprobación divina y que en consecuencia esa relación de pareja no es reconocida por el cielo. Luego, la Iglesia no está llamada a validar lo que Jesús no consideró lícito o legal a los ojos de Dios (Juan 4:16-18).

La preocupación que ejercía la Iglesia sobre el matrimonio y el ejemplo que los cristianos se sentían llamados a prodigar al mundo se deja ver incluso en los requisitos que se exigían a quienes detentaban  responsabilidades de liderazgo en la congregación, como era el caso de obispos (ancianos) y diáconos (1 Timoteo 3:1-5, 12-13; Tito 1:6).

En consecuencia, la posición de la Iglesia respecto al matrimonio legalmente constituido resulta ser fiel reflejo e interpretación de las palabras de Cristo en Mateo 19:4-6.
 
 

¿Reconoció Jesús la relación de pareja de la mujer samaritana como un verdadero matrimonio?

EL DIVORCIO Y SUS RESULTADOS

A pesar de todo lo expuesto, siempre habrá personas que desatendiendo la expresa voluntad de Dios, aún dentro de los que profesan ser cristianos, tomarán parte entre aquellos que están a favor de una ley de divorcio, no obstante, aquellos que no son impresionados por las enseñanzas de Cristo al respecto, quizás si puedan serlo por los resultados propios de la desintegración familiar tan propia del divorcio y que pueden ser contemplados dando un rápido vistazo a la condición moral de nuestra sociedad actual. 

Sin embargo, a pesar de todo cuanto se pueda decir en detrimento de este recurso malsano para dirimir en asuntos de conflictos conyugales, siempre habrá quienes discuten sus resultados argumentando por ejemplo, que sería contrario al amor de Dios forzar a una pareja desavenida a que persevere en vivir unida aún cuando la vida de pareja se haya transformado en un verdadero y auténtico infierno. Aún hay quienes insisten en que la ansiada separación va en directo beneficio de los hijos, los que dejarían de sufrir viendo la manifiesta enemistad existente entre sus padres.

Considerando los argumentos de las partes y que en realidad una gran mayoría de divorcios se celebran para dirimir en asuntos de infidelidad o manifiesta desavenencia y que cuando se habla del tema, parece ser que los argumentos que avalan el recurso del divorcio son bastantes plausibles y razonables, no menos cierto es que el divorcio y sus resultados dirán que la vida nunca volverá a ser lo mismo.

En este sentido cobran especial fuerza las siguientes palabras:

"Vivir con quien violó los votos matrimoniales y se cubrió de oprobio por un amor culpable, pero no lo reconoce, es como un cáncer roedor para el alma; y sin embargo el divorcio es como una llaga en el corazón para toda la vida." (Review and Herald, 24 de marzo de 1868)
 
Ahora bien, más allá de los resultados negativos propios del divorcio y de que éste anula eficazmente la sagrada institución del matrimonio, es claro que tal determinación, que nos lleva a separarnos de nuestro cónyuge y que invariablemente conduce a la búsqueda de una nueva pareja, es un camino que indudablemente sólo nos lleva al adulterio.

Jesús dijo: "Cualquiera que repudiare a su mujer, y se casare con otra, comete adulterio contra ella: Y si la mujer repudiare a su marido y se casare con otro, comete adulterio." (Marcos  10:11-12) La misma enseñanza se encuentra en Lucas 16:18.

El adulterio constituye una transgresión manifiesta del Séptimo Mandamiento de la ley de Dios, lo cual inhabilita al culpable de cualquier pretensión de entrar en el Reino de los Cielos (Vea Exodo 20:14; Mateo 19:16-19; 1 Corintios 6:9-10; Gálatas 5:19-21).
 
El divorcio en consecuencia no sólo nos divorcia de nuestro cónyuge y con esto destruye la familia que por libre disposición nos comprometimos una vez a formar, cuidar y sostener, sino que aún más grave nos divorcia decididamente de Dios y en este sentido destruye nuestra trascendencia, ya que nos incapacita para vivir la vida celestial, de la cual nuestra vida terrena no es sino una antesala y simple preparación.

Todo lo expuesto nos indica que al momento de casarnos, no sólo estamos tomando una esposa o esposo que nos acompañará en nuestro peregrinar en la tierra, sino que además estamos asumiendo un compromiso que afectará nuestras perspectivas de vida eterna en el Reino de Dios y de Cristo. 

Decididamente el matrimonio "liga los destinos de dos personas con vínculos que sólo la muerte puede cortar." (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 577)

"Ahora, como en el tiempo de Cristo, la condición de la sociedad merece un triste comentario, en contraste con el ideal del cielo para esta relación sagrada. Sin embargo, aun los que encontraron amargura y desengaño donde habían esperado compañerismo y gozo, el Evangelio de Cristo ofrece consuelo. La paciencia y ternura que su Espíritu puede impartir endulzará la suerte más amarga. El corazón en el cual mora Cristo estará tan henchido, tan satisfecho de su amor que no se consumirá con el deseo de atraer simpatía y atención a sí mismo. Si el alma se entrega a Dios, la sabiduría de él puede llevar a cabo lo que la capacidad humana no logra hacer. Por la revelación de su gracia, los corazones que eran antes indiferentes o se habían enemistado pueden unirse con vínculos más fuertes y más duraderos que los de la tierra, los lazos de oro de un amor tal resistirá cualquier prueba." (Discurso Maestro de Jesucristo, pág. 58)

Aún cuando la armonía conyugal se encuentre gravemente deteriorada, nunca la alternativa del divorcio será mejor que luchar contra la adversidad que implica mantener el matrimonio. El tiempo finalmente se encarga de enseñarnos esta lección. Nunca accederemos a un divorcio sin cosechar seguramente sus resultados, no tan sólo nosotros, sino lo que es más grave y aún injusto, nuestros hijos.

EL DIVORCIO EN NUESTROS DÍAS

Ya vimos que la situación matrimonial y el tema del divorcio históricamente se ha ido adaptando a la moralidad de la época imperante y en este sentido, la Iglesia está llamada a seguir las enseñanzas de Jesús indicando que el divorcio "fuera de causa de fornicación" o si "no fuere por causa de fornicación" no es válido en ninguna manera a la vista de Dios. El concepto de "fornicación" como tal comprende una serie de conductas inmorales y que se hacen parte del término como: pérdida de la virginidad antes del matrimonio, homosexualismo, prostitución, infidelidad matrimonial, etc.

Puesto que Jesús adaptó la ley del matrimonio a la época en que le correspondió vivir, al igual que hizo Moisés en su propia época, es claro que la Iglesia hoy está llamada a hacer lo mismo. 

¿Qué sucede si una persona que está legalmente divorciada por las leyes de su país al momento de solicitar su bautismo se encuentra casada en un segundo matrimonio, al igual que su conyúge original? ¿Puede esta situación impedirle aceptar a Cristo? Si concluímos que dicha situación le impediría aceptar a Cristo entonces estaríamos en presencia de un pecado (el adulterio) imperdonable a la vista de Dios. Lo anterior, contradice abiertamente lo expresado en Mateo 12:31 y Marcos 3:28-29 en que claramente indica que "todo pecado" (incluído el haberse casado más de una vez) será perdonado a los hombres, salvo la blasfemia contra el Espíritu Santo. ¿Debería la Iglesia administrar el bautismo para remisión de los pecados y aceptación de Cristo a quien está casado en segunda o tercera nupcia antes de solicitar el bautismo cristiano?  

Sucede que algunas Iglesias niegan el bautismo a quien se encuentra casado en segunda o tercera nupcia, indicando que en tal situación se encuentra en adulterio flagrante. No obstante, muchas personas llegan a la Iglesia años después de haberse divorciado, tener una nueva pareja e incluso teniendo hijos de esta nueva relación. ¿Qué puede hacer la Iglesia frente a esta persona? ¿Le negará el bautismo? ¿Es el caso de tal persona desesperado e imposible de conciliar con los principios crisitanos? ¿Está dicha persona irremediablemente perdida a la vista de Dios? Lea reflexivamente Juan 6:37.

CONCLUSIÓN

"Honroso es en todos el matrimonio." (Hebreos 13:4)   El matrimonio es indudablemente bueno. Los cristianos en consecuencia, harán bien en mantenerlo y elevarlo como un bien preciado a la vista de todos los hombres. 

"El vínculo de la familia es el más estrecho, el más tierno y sagrado de la tierra. Estaba destinado a ser una bendición para la humanidad. Y lo es siempre que el pacto matrimonial sea sellado con inteligencia, en el temor de Dios, y con la debida consideración de sus responsabilidades." (El Ministerio de Curación, pág. 25)

"Los ángeles se deleitan en un hogar donde Dios reina supremo, y donde se enseña a los niños a reverenciar la religión, la Biblia y al Creador." (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 134)  (Lea Salmo 127:3; 128:1-3;144:12)

De manera individual, como cristianos, y de manera colectiva, como Iglesia,  debemos esforzarnos por salvaguardar la estabilidad y pureza no sólo de nuestro propio matrimonio y de nuestra propia familia, sino, además contribuir  decididamente por precepto y principalmente por ejemplo, a elevar, restaurar y edificar otros matrimonios y con ello otras familias, sabiendo que al hacer esto, no sólo estamos ayudando a lograr una sociedad mejor y más sana, sino que también estaremos aportando un esencial esfuerzo para engrandecer noblemente a nuestra propia nación.

En los momentos difíciles y aún en la desalentadora marchitez de un matrimonio quebrantado, cuando todo parece avizorar inevitable pérdida, en el desaliento de una suerte amarga y aún en medio de las más punzantes espinas, con toda seguridad y si buscamos, encontraremos la inmarcesible fragancia y hermosura de una esperanzadora rosa.
 
 
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